P R I M E R A P A R T E
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En mi cuarto día de caminata decidí dejar Bahrenfeld y encaminarme hacia Ottensen, rumbo al Elba. Ese día necesitaba llegar hasta el río, detenerme en la avenida Elbchaussee y quedarme un rato mirando las aguas turbias. Las semanas anteriores habían sido duras: el confinamiento, este virus nuevo, el silencio inquietante en las calles, las noticias, la incertidumbre laboral, la vida cotidiana en cuatro paredes y ese miedo a no saber qué pasa amenazaban con despojarme de la poquita cordura que me quedaba. Iba cuesta arriba, sin detenerme, hasta que mi agujeta se desató. Me agaché a atarla y entonces un destello dorado disparó su resplandor a unos cuantos metros sobre la acera; así fue como conocí a la familia Horwitz.
Siegfried, Lieselotte, Karin y Rolf Horwitz son ahora cuatro placas que descansan sobre la calle Hohenzollernring frente al número 89. Cuarenta y dos caracteres grabados cuentan una historia que da escalofríos leer: Aquí vivió. Nació. Deportado 1941. Riga. Asesinado. Alcé la vista y vi la fachada: un edificio de ladrillos con cuatro pisos, nada especial, nada importante, excepto porque ahí, en el mismo lugar en donde yo sentía la tripa revuelta, la Gestapo había arrestado a la familia Horwitz setenta y nueve años atrás.

La vida de Siegfried Horwitz estaría marcada por la tragedia, el luto y la persecución antisemita.
Siegfried nació el 28 de julio de 1894 en la ciudad de Hamburgo; fue el más pequeño de cuatro descendientes del comerciante textil judío Moses Horwitz y el único varón de la familia. Su infancia y juventud transcurrieron sin percances, pero con ciertas carencias, aquellas que dejó tras de sí la Gran Guerra (IGM), particularmente para una Alemania que sobrevivía a la derrota. Para 1922, ya con veintiocho años, Siegfried había concluido con sus estudios mercantiles y se desempeñaba como empleado en un banco. Ese mismo año contrajo nupcias con su primera esposa, la nacida aria Helene Henriette Karoline Dedmann. Con ella tuvo dos hijos: Karl Wilhelm y Rolf. Durante esos años, Siegfried mantuvo una vida relativamente laica; sus dos hijos fueron bautizados en la iglesia evangélica, él renunció voluntariamente a su afiliación judía. El inicio de sus desgracias estaría marcado por la muerte de su esposa Helene, quien, en 1928, cuando Rolf tenía apenas seis semanas de nacido, se quitó la vida a causa de una severa depresión postparto. En aquellos tiempos la presión social era alta y un hombre difícilmente podía criar a sus hijos por sí solo. Esa fue la razón que llevó a Siegfried a casarse pocos meses después, por segunda ocasión, con la costurera Minna Johanna Frieda Geissler, oriunda de Flensburg, también aria y cristiana. Minna adoptó de inmediato un papel maternal con ambos chicos y siempre los trató como si fueran sus propios hijos.
Un año después de aquel fatídico episodio, el mundo entero se sumergió en una crisis económica de proporciones inimaginables, un hecho sin precedente que empobreció a Europa y que propició el ascenso de Hitler y del partido nacionalsocialista al poder en 1933. A partir de ese momento la vida en Alemania cambió radicalmente para los judíos. Siegfried Horwitz, como tantos otros judíos, se vería atrapado en la vorágine de eventos que se suscitarían en los siguientes años. Su situación comenzó a tensarse a partir de 1935 cuando perdió su puesto en el banco. Sin el sustento al que estaba acostumbrado, Siegfried presenció el desplome de su familia hacia la miseria. Fue en esa suerte de eventos que los Horwitz tuvieron que abandonar el que había sido su hogar para mudarse al sótano de un edifico de reciente edificación ubicado en la calle de Hohenzollernring que había construido la Asociación de Ahorro y Construcción de Altona, una agrupación sin fines de lucro de la que Siegfried era miembro. Ya por esos años los judíos tenían poco acceso a oportunidades y recursos por lo que Siegfried tomó una decisión que lamentaría años más tarde: retomó su afiliación judía buscando el apoyo de su comunidad.

No fueron años fáciles, Siegfried vio incontables puertas cerradas y toleró lo intolerable por sus hijos, por el futuro que creyó que tendrían y por la fe en un mundo sin nacionalsocialismo. Quizá por eso mantuvo el espíritu alegre que le caracterizaba y no cesó de tocar el violín o la cítara en las pocas reuniones familiares a las que todavía se le invitaba. Tampoco desistió en su empeño de proveer para su familia pues, aunque no podía encontrar trabajo debido a su condición de judío, buscó medios alternativos para llevar dinero a casa. Fue así como se convirtió en vendedor de puerta en puerta, ofreciendo productos de limpieza y enseres domésticos.
Un año antes de que estallara la guerra en Europa, el 29 de septiembre de 1938, Siegfried Horwitz tuvo que acudir a la Oficina de Registro del distrito de Altona a matricularse formalmente como judío. A partir de ese día llevaba consigo una identificación que lo ostentaba como semita. Ese mismo año, fue obligado a informar a la junta directiva de la Asociación de Ahorro y Construcción de Altona su origen, de no hacerlo podría haber sido denunciado por cualquier vecino. Lo cierto es que Siegfried se mantuvo en la legalidad y acató todas las normas. Nunca intentó ocultar su ascendencia y tampoco nunca negó su filiación a la religión judía. Su honorabilidad y rectitud lo llevaron a perder su membresía y para diciembre se le había notificado que debía abandonar su domicilio a más tardar el 01 de enero de 1939. Sin manera de cobijar a su familia en otro lado, Siegfried permaneció en su domicilio hasta bien entrado 1939, no obstante, no habría de gozar de sosiego pues en febrero, tras soportar presiones y un acoso descomunal por parte de sociedad y autoridades, Minna decide divorciarse de Siegfried y es forzada a retomar su apellido de soltera y a desprenderse por completo de la familia Horwitz. Por su propia seguridad y la de los chicos, Minna se abstiene de visitar a Wilhelm y a Rolf.
Una vez finiquitado el divorcio, una familia judía de clase trabajadora se acerca a Siegfried para acordar un matrimonio, el tercero para Siegfried, el primero para Lieselotte Leser. El acuerdo se cerró sin muchos preámbulos en abril de 1939. Lieselotte era una chica veinte años más joven que Siegfried que había dado a luz a una hija natural dos años atrás. Ese matrimonio significaba honorabilidad, permanencia y refugio no sólo para Lieselotte, sino para su pequeña hija Karin. Siegfried no dudó en adoptarla legalmente y entregarle su apellido, aunque fuera por un tiempo breve pues una tarde de junio, los vecinos presenciaron consternados el arribo brusco de la Gestapo a la calle de Hohenzollernring, acompañada de la fuerza policiaca, quien a punta de fusil y entre ladridos bravíos de pastores alemanes arrastraron a la familia Horwitz hacia la calle. Nadie acudió a ayudarlos ni nadie osó intervenir pues el temor a las represalias era inmenso. Inmediatamente fueron llevados al gueto de “Judenhaus” en la calle de Große Bergstraße 110 en el distrito de Altona.

Ya en el gueto, en pleno invierno, muere el hijo mayor de los Horwitz, Karl Wilhelm, de Difteria, en total indefensión.
Durante los dos años que los Horwitz permanecieron en el gueto, la familia de la línea materna de Rolf acudía a escondidas a llevar comida para el muchacho. En innumerables ocasiones ocultaban entre la canasta con viandas cartas dirigidas a Siegfried en las que le proponían sacar al chico del gueto y criarlo como ario pues su madre lo había sido y había medios legales para protegerle. Rolf, al igual que Wilhem, había sido siempre un muchacho amable, inteligente y dedicado a los estudios que bien merecía una vida diferente, aunque eso significara negar a su padre y a su apellido. Siegfried contestó a todas esas cartas con una negativa contundente; él era todo lo que Rolf tenía en el mundo y a donde él fuera iría Rolf también. Estaba decidido a nunca separarse de su hijo, no lo habría dejado por nada del mundo. Quizá si hubiese sabido el destino que les deparaba se habría arrancado el corazón y lo habría dejado partir, empero en aquellos días nadie sabía el horror que se estaba cometiendo en los campos de concentración. Era imposible concebir semejante abominación.
En octubre de 1941 comenzaron las grandes deportaciones de los judíos de Hamburgo a los campos de concentración del este de Europa. Siegfried y Lieselotte Horwitz, junto con Karin de cuatro años y Rolf de trece años, fueron deportados al gueto de Riga, capital de la Letonia, el 6 de diciembre de 1941. Compartieron transporte con otras setecientas cuarenta y nueve personas que fueron desviadas a un subcampo en la mansión Jungfernhof ubicado a pocos kilómetros de distancia de Riga. Allí fueron separados en dos grupos: unos serían llevados hasta su destino final; otros, incluida la familia Horwitz, fueron acarreados a un bosque cercano en donde fueron fusilados, despojados de toda misericordia y dignidad.
En memoria de la familia Horwitz, la Asociación de Ahorro y Construcción de Altona asumió el patrocinio de las placas conmemorativas frente al edificio de Hohenzollernring, en el número 89 en 2014. Asimismo, financió la realización de una investigación histórica con la finalidad de encontrar a miembros de la cooperativa que aún pudieran recordar a la familia y que así se relatara su historia.
Esta entrada de blog se ha escrito con el más profundo respeto y en reconocimiento a la vida que les fue arrebatada.
Siegfried Horwitz 28.7.1894. Deportado 6.12.1941 hacia Riga-Jungfernhof. Asesinado.
Lieselotte Horwitz 24.9.1914. Deportada 6.12.1941 hacia Riga-Jungfernhof. Asesinada.
Rolf Horwitz 17.8.1928. Deportado 6.12.1941 hacia Riga-Jungfernhof. Asesinado.
Karin Horwitz 29.11.1937. Deportada 6.12.1941 hacia Riga-Jungfernhof. Asesinada.
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