La nueva normalidad: conviviendo con el COVID19

Traducción: Favor de Mantener la distancia. Etiqueta adherida al suelo en el centro comercial Mercado de Altona, Hamburgo.

Terminamos la séptima semana de una cuarentena que ya se percibe eterna. Aunque ya nos adaptamos a una realidad bastante psicodélica, todavía extrañamos esa libertad de movimiento que parecía tan natural, tan inalienable, tan garantizada. Nunca me hubiera imaginado que estaríamos en estas condiciones tanto tiempo, mucho menos habría podido concebir que durante estos largos días experimentaríamos verdaderos tsunamis de emociones, impresiones y vivencias paradójicas. Lo único que nos mantiene más o menos cuerdos es la sola idea de que uno de estos días todo volverá a la normalidad. Sin embargo, esa normalidad parece que no llegará nunca y cada vez se me anida más en la razón ese temorcillo que me repite por las noches que ni lo pida ni lo espere, que no sucederá, que ya nada volverá a ser igual.

Los parques infantiles siguen acordonados, indicando que su uso está prohibido.

Los gobiernos del mundo parecen jinetes aferrándose a un toro en un rodeo; el que dure más sobre el lomo ganará. Ganará tiempo, probablemente respeto internacional, credibilidad, sustentabilidad, recuperación financiera y un montón de votantes para su partido en las próximas elecciones. Los otros morderán el polvo que dejarán los añicos de sus economías despedazadas y tendrán que enfrentar tiempos muy complejos que durarán varios años. Por eso ninguno quiere soltar las riendas y entregar esa libertad que estamos todos pidiendo a gritos, porque de ese tiempo en reclusión dependen muchas cosas, nuestro futuro, por ejemplo. Así que hasta que no haya una vacuna que pueda aplicarse con seguridad y eficacia entre la población seguiremos destinados a vivir en reclusión.

Los letreros leen: (Arriba) “Máximo 3 clientes”, al lado derecho “Mantenga mínimo una distancia de 1.5 metros”

La nueva normalidad es jodida, la verdad, porque no hay nada habitual en ella. Ahora que las restricciones van aflojándose a cuentagotas, nos hemos topado con la nueva cotidianidad. Nuestro hogar se ha convertido en centro de negocios, guardería, escuela, oficina, restaurante, centro de entretenimiento, cultura y aprendizaje, ah y, por supuesto, en gimnasio. Metros cuadrados más, metros menos, aquí estamos destinados a coexistir en nuestras paredes como Dios nos dé a entender. Dar paseos cortos o largos ya es un alivio en estos tiempos, pero coincidir con algún amigo sigue siendo un impensable. De restaurantes y bares mejor no hablemos; la primavera avanza apacible regalándonos tardes soleadas mientras los locales permanecen cerrados. Las mesas y las sillas que en otros tiempos invitaban a pasar la puesta de sol sentados compartiendo risas y las nuevas del día, ahora están encadenadas sobre terrazas solitarias. Uno que otro establecimiento, que no sabe rendirse, ha abierto las ventanas para vender a distancia sus manjares y cocteles, empero sigue siendo tristísimo, ni en las bancas publicas podemos sentarnos a medio intentar rescatar un poquito de convivencia humana. Al menos en Alemania las tiendas ya están abiertas, pero hay que hacer filas perpetuas para acceder al interior y seguir las guías marcadas con cintas en el suelo. Ni por error transites por donde no debes, hay que cuidar que no haya contacto frontal con nadie. Más allá del contacto físico también hemos perdido la capacidad de interactuar, de mirar al otro de frente, de hacer contacto visual. Ahora más que nunca, cuando nuestras identidades están obligadas a esconderse tras un cubrebocas pesado y cargado de ansiedad, vivimos ocultando el pesar o la sonrisa y nuestras palabras, de aliento o desazón, se quedan atrapadas en un pedazo de algodón tejido. Con las ojeras de las noches en vela buscamos en línea cremas hidratantes que alivien la resequedad en nuestras manos y después pasamos las yemas de los dedos por las versiones digitales de los libros que resurten al alma de un descanso, de un escape, de un consuelo.

Filas a fuera de las tiendas con marcas en el suelo que indican la distancia de 1.5 m.

Y así se va construyendo esta nueva normalidad en la que muy poco está permitido. Los que somos sensatos no nos quejamos, nos guardamos los micro dramas de todas las horas de encierro con la esperanza de que lo que sea que se forme después de la llegada del Coronavirus a nuestras vidas sea mucho mejor que aquellos días de espléndida rutina que hoy nos causan una nostalgia tremenda.

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