P R I M E R A P A R T E
Durante el proceso de investigación histórica de mi novela El recuerdo del olvido, me fui involucrando poco a poco en los testimonios de más de un centenar de enfermeras voluntarias que sirvieron bajo las órdenes de la Cruz Roja durante la Segunda Guerra Mundial (IIGM). Al cabo de siete años de lectura y escritura, cuando la novela por fin estuvo terminada, me di cuenta de que había desarrollado un vínculo emocional con esas mujeres. Hablaba de ellas con total familiaridad, como si las hubiese conocido, como si hubiese estado allí en todas sus vivencias, pesares y gozos. Confieso que durante las largas noches en las que di vida a mis personajes y desarrollé la trama de la novela, me obsesioné con ellas; juraría que casi podría haberlas visto si hubiese cerrado los ojos el tiempo suficiente. También las busqué; dediqué un par de correos electrónicos, que nunca tuvieron respuesta, a la misión de encontrar a alguna de ellas viva, pensé que quizá alguna se atrevería a contarme su historia y se animaría a compartirme una que otra fotografía, pero no, en esos siete años no tuve suerte. Sin embargo, confío plenamente en que en esta vida todo tiene su hora y la hora de conocer a mi voluntaria llegó hace unas semanas. Su nombre es Gerd Stokke y su vida es inspiradora.

Gerd Stokke llegó a mi vida por mera casualidad, su hijo Jan O. Wim Standal y yo trabajamos juntos y, por azares del destino, terminó contándome quién había sido su madre cuando yo le compartí algunos detalles de El recuerdo del olvido. De inmediato le pedí una entrevista y algunas fotografías para mi blog. Él, sin titubear, accedió a todo: a relatarme las andanzas de la mujer que le dio la vida y a prestarme su diario. Sí, como de novela, ¡su diario! Nos reunimos unas semanas después en un café del barrio portugués en Hamburgo. Tras una corta plática introductoria, depositó en mis manos las páginas que su madre había llenado de anécdotas e imágenes durante sus años de voluntariado. El momento en el que recorrí sus hojas es inenarrable: escalofríos, piel de gallina, vellos erizados, estómago revuelto. Página tras página recorrí sus memorias escritas a mano en noruego y alemán, sus fotografías, sus sueños, sus derrotas y sus penas. El resultado de ese encuentro es esta entrada de blog en la que narro su historia.

Gerd Stokke nació en Oslo en 1922 en un seno familiar acomodado. Su padre se desempeñó la mayor parte de su vida como auditor, aunque también participó en la Primera Guerra Mundial, alcanzando el grado de sargento en el ejército noruego. Su madre asumió un rol tradicional, como la mayoría de las mujeres de su época, dedicándose enteramente al cuidado del hogar. Gerd fue la única descendiente de la familia Stokke y por ello fue criada como a cualquier primogénito varón. Su padre la preparó para ser fuerte, independiente, valiente, leal y honorable y, además, le inculcó el valor del servicio. No fue de extrañar que apenas con dieciséis años, Gerd, ya demostrara una profunda admiración por la Cruz Roja, institución a la que le dedicó un ensayo en sus años de estudiante. Lo que en su adolescencia era tan sólo un sueño, terminaría por materializarse un par de años después. Gerd tenía claro que quería enlistarse en la Cruz Roja. Lo intentó apenas hubo cumplido la mayoría de edad, sin embargo, fue rechazada por la Cruz Roja noruega. Pese a los obstáculos, no tardaría mucho tiempo en lograr su objetivo; su oportunidad se presentaría tras una coyuntura única en la historia del siglo XX: la gran depresión económica de los años treinta, el ascenso de Adolf Hitler y del Partido Nacionalsocialista al poder, la consolidación de Alemania como potencia y la amenaza de una guerra de proporciones inimaginables.
Al estallar la guerra, la necesidad de contar con enfermeras de combate que pudieran servir en los frentes se hizo indispensable. Es así como en 1942 Gerd Stokke formó parte de las enfermeras de frente “front-sisters”, 500 mujeres jóvenes que dejaron atrás su natal Noruega para entrenarse en Alemania, en la Cruz Roja de ese país. Es en este contexto en el que comienza el diario de Gerd Stokke y en él se detallan las rutinas, los entrenamientos y las vicisitudes que vivió durante el voluntariado.

El entrenamiento se llevó a cabo en el norte de Alemania en la Landesführerschule (escuela de entrenamiento). Todo el programa de reclutamiento estaba a cargo de la SS (Schutzstaffel), en español Escuadras de Protección, que llegó a ser la organización paramilitar más importante de la Alemania nazi. A esta agencia de seguridad e investigación se le atribuyen los horrores más atroces cometidos en Alemania y en todo el territorio ocupado, por supuesto, también los crímenes del holocausto.
Con la suerte ya echada, Gerd completó su entrenamiento en apenas unos cuantos meses. Aunque el programa exigía una altísima disciplina, fue escueto e insuficiente para lo que Gerd y las otras voluntarias habrían de arrostrar en el frente, particularmente aquellas que fueron enviadas al este, al Cáucaso, en donde presenciaron los combates más brutales de la guerra en Europa. Al terminar el entrenamiento, tomó el juramento con el que se comprometía a auxiliar a cualquier ser humano, civil o soldado sin importar su raza, color o nacionalidad. Gerd fue puesta en movimiento, como el resto de las chicas, dejándose arrastrar hacia a donde la ayuda era requerida. Es así como entre 1942 y 1945 Gerd fue desplazada a Dinamarca, Polonia, Bélgica, Austria y Alemania. En Austria, ella y otras enfermeras formaron parte en un desfile en el que se presentó el mismísimo Adolf Hitler; se acercó a saludarlas, a felicitarlas por su labor y las animó a continuar. Ella lo relata con cierta emoción, quizá sería por su inocencia juvenil, tenía diecinueve años cuando se enlistó en la Cruz Roja, o por su natural desconocimiento de las infamias del nazismo. Unas páginas más adelante, muestra fotos de un Berlín moderno y vibrante, bien plantado en 1943, y por ahí es que termina el ensueño, cediendo espacio a la realidad. Lo que al inicio de esta bitácora de vivencias se antoja color de rosa, pronto se transforma en un panorama sombrío e incierto.

S E G U N D A P A R T E
La guerra comenzó a virar en direcciones inesperadas; mientras la otrora poderosa Alemania se desmoronaba y perdía posiciones, las fuerzas aliadas avanzaban imbatibles desde dos frentes, este y oeste, por tierra, mar y aire. Gerd describe entonces un panorama muy distinto al de sus días de entrenamiento. Aquel Berlín airoso y vanguardista queda reducido a ruinas y desolación tras los constantes bombardeos de las fuerzas áreas aliadas. Alemania pronto quedó atrapada entre bloques aliados que ahogaban su ofensiva y que la obligaban a retroceder. Es en esa sazón que Gerd narra el duelo colectivo, la pena generalizada y la destrucción masiva. Sus líneas dejan de ser joviales y las fotografías desaparecen del diario. Entre relatos y notas de pie de página se permitió reflexionar y compartir anécdotas conmovedoras. Probablemente gracias a su juventud y simpatía, no cedió a la tristeza, por el contrario, se mantuvo alegre, presta y aferrada a una fe inquebrantable que la alentaba a permanecer disponible para quien la necesitara. Mientras escribe unas letras que se notan ya casadas, pero con cierto dejo de satisfacción, habla sobre un soldado ruso apabullado que le pregunta por qué siempre está de buen humor. Ella le contesta segura: “porque lo que hago es el poder de Dios trabajando a través de mí para ayudarte a ti”.

Unas páginas más adelante escribe sobre las zonas de guerra, sobre la dificultad para comunicarse y trasladarse, sobre la indiscriminada mortandad y la escalofriante hambruna en la que estaba envuelta no sólo la población civil, sino también el ejército y los voluntarios de la Cruz Roja. “El hambre es dura, encontrar comida para los enfermos es problemático. No tenemos qué comer”, anota en las páginas de su bitácora. Sobre el papel también apunta: “Hoy corrí de un lado a otro con un brazo amputado, había mucha confusión… me quedé parada con la extremidad entre las manos sin saber qué hacer.”

A pesar de la devastación, no todo el voluntariado estuvo rodeado de aflicción, hubo de todo un poco, por supuesto, también algo de romance. Incluso en medio de ese caos inimaginable, muchas voluntarias habrían de conocer el amor en pleno campo de batalla. En el caso de Gerd, sin embargo, el amor llegaría muchos años después. En su diario escribió sobre algunos pretendientes, flirteos inocentes y proposiciones serias a las que nunca les dio mucha importancia. Entre sus páginas aclara que no estaba allí para encontrar marido, sino para auxiliar a los heridos. Gerd mantuvo su espíritu lozano en movimiento, se concentró en sus faenas y en su misión de servicio.

1945 dio inicio con una certeza: Alemania caería pronto. El país había quedado emparedado, destruido y en franca decadencia. En medio del desplome de esa potencia, a las enfermeras noruegas les sugirieron volver a casa. La Cruz Roja poco podría hacer por ellas, en su calidad de voluntarias no había sueldos, apenas remuneraciones escuetas que no serían suficientes para solventar el regreso a su patria. Gerd, junto con algunas de sus compañeras, emprendió el camino de regreso. El trayecto no fue sencillo para un puñado de muchachas desamparadas que cruzaban un país atestado de horrores cuyos senderos estaban plagados de desertores que también intentaban volver a casa. Justo cuando cruzaban la línea fronteriza con Dinamarca, la noticia de la capitulación de Alemania hizo vibrar al mundo entero. Estaba hecho, la guerra había terminado. Mientras ascendían por territorio escandinavo con dirección a los fiordos de sus infancias, los rumores de una monstruosidad llamada holocausto comenzaban a resonar por toda Europa. En las letras de Gerd se plasma un asombro genuino: “No sabíamos lo que estaba pasando con los judíos… pensábamos que vivían concentrados en campos de trabajo, nunca de exterminio.”

Gerd llegó a la estación central ferroviaria de Oslo en el verano de 1945, para ese entonces tenía veintidós años. A su regreso se encontró con una patria que la juzgaba duramente por haber servido en el territorio ocupado por Alemania. Sus compatriotas la rechazaron tajantemente y, al cabo de algunos días de su regreso, la policía se presentó en su casa para arrestarla y para llevarla a la prisión de mujeres de Bredtvet en donde permaneció varios meses. La misma suerte que corrió Gerd, tocó a otras de las voluntarias noruegas quienes también vieron sus garantías diezmadas y sus derechos suspendidos por un Estado que buscaba venganza a toda costa. Repudiadas por sus connacionales y abandonadas por la institución que las reclutó, depositaron su única esperanza en sus familias quienes de inmediato se dieron a la tarea de liberarlas.

Es un tema espinoso el que le tocó protagonizar a Gerd. Si bien la Cruz Roja alemana operaba bajo el ojo cauteloso de la SS, la misión de esa institución siempre fue la de asistir a quienes lo necesitaran con celoso apego a los estatutos de la Convención de Ginebra. Son muy ciertas las historias de las enfermeras de la Cruz Roja alemana a quienes obligaban a denunciar a judíos heridos o a soldados enemigos. Está claro que la actuación de la Cruz Roja en ese país no fue del todo transparente, no obstante, también es cierto que los médicos y las enfermeras voluntarios entregaron sus vidas generosamente al servicio de otros y que en innumerables casos resguardaron la integridad de las personas que tuvieron bajo sus cuidados.
Tras meses de estire y afloje legal, amparados en la Convención de Ginebra, los abogados de las voluntarias noruegas consiguieron su liberación tras pagar una altísima fianza.
Aunque Gerd jamás volvió a trabajar como enfermera, sus días de voluntariado no terminarían allí.

T E R C E R A P A R T E
Los años de la post guerra fueron tremendos; la escasez, el reordenamiento mundial y la inserción a un ritmo social y económico completamente nuevo trajeron retos para la juventud noruega que intentaba volver a los días de calma y prosperidad.
Una vez exculpada, Gerd inició la carrera de Comercio. Al concluir sus estudios trabajó como secretaria para el Parlamento noruego. En 1951 conoció al que se convertiría en su esposo apenas un año después, en 1952. Él había pasado los años de guerra en la armada naval noruega sirviendo junto a la marina real británica como oficial de comunicaciones. Cuando la guerra concluyó, continuó trabajando como marino comercial en puestos similares a los que desempeñó durante la IIGM. Gerd amó siempre el mar y era lo suficientemente fuerte como para tolerar su impetuoso oleaje, decidió entonces unirse al personal de la naviera, haciéndose cargo de diversas actividades bajo las órdenes de los oficiales. Cuatro años transcurrieron en esa aventura, visitaron incontables países y navegaron por todos los continentes. Tras dos abortos espontáneos, que casi le costaron la vida a Gerd, su esposo decidió volver a tierra firme y establecerse en Oslo. Para 1957 el padre de Gerd había fallecido y ella había heredado su negocio y su robusta cartera de clientes. Desde ese momento Gerd se convirtió en empresaria y allí se mantuvo hasta su retiro. En 1960 dio a luz a su único hijo, Jan O. Wim Standal.

Gerd dedicó el resto de su vida a su familia, a su casa de verano ubicada a orillas del fiordo y a sus actividades como voluntaria. Hasta poco antes de morir, Gerd y su esposo participaron como voluntarios en la iglesia de su comunidad.

En 2004, casi al cumplir ochenta y dos años, Gerd sufrió un paro cardiaco que rebeló una condición de años que nunca se atendió. La vida le concedió la oportunidad de despedirse de su hijo, de su esposo y de su nieta antes de caer en un coma profundo del que no volvió a despertar. Cuatro días después, la vida de Gerd Stokke / Standal se apagó para siempre. Una muerte indolora, apacible y justa para una mujer ejemplar.

Su hijo la recuerda con amor, respeto y profunda admiración. Sonríe mientras me muestra sus fotografías, las que hablan de su vida y de su inmenso amor.
Nuestra entrevista concluye en una cantina típica alemana, chocando dos tazas bien servidas de Glühwein casero; yo le agradezco por vigésima vez el tiempo que me ha regalado y la confianza que ha depositado en mí para contarme algo tan profundamente íntimo. Desde ahora, Gerd Standal también será parte de mis recuerdos.

Fantástica y efectivamente inspiradora historia la que aquí nos cuentas Karen . Gracias
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Me encanta que te haya gustado 🙂
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Una historia impactante y muy bien detallada
Una alegría q hayas conocido al hijo de Gerd y hayas recopilado todo este material
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Sí, fue increíble de verdad que Jan me haya dejado acceder a todo ese material. Un verdadero regalo de la vida. Abrazos, bonita. Karen
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Buenisima historia y si para novelizarla y muchisimo exito con tu libro, promuebelo para leerlo saludos y felicidades
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Muchísimas gracias por tu comentario, guapa. Con todo gusto les estaré avisando cómo va la novela. Un abrazo. Karen
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Maravillosa la historia de Gerd ♥️
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Que belleza de relato, de diosidencia que se concretara tu sueño de tener una historia de primera mano, y que gran homenaje para una mujer que vivió intensamente. Felicidades.
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