
El fin de semana pasado me alcanzó una de las típicas gripes estacionales y terminé en calidad de bulto en la sala de espera de un consultorio nocturno. Mi esposo decidió acompañarme; ya era tarde, afuera llovía, hacía frío y no quería que anduviera yo sola con semejante gripón deambulando entre paradas de autobús. Entramos juntos a la consulta y cuando el médico tratante entró a revisarme me escuchó hablar con mi hija en español. Él también lo hablaba, bastante bien, por cierto. Antes de auscultarme, se permitió compartir con nosotros que en los años ochenta había pasado algún tiempo estudiando y practicando medicina en San Diego, California y que, como parte de su programa académico, había tenido la oportunidad de trabajar con comunidades marginadas de la frontera mexicana, en específico había visitado Mexicalli y Tijuana. Al principio del relato de este médico alemán yo sonreía, orgullosa e ingenua, pensando quizá que aquel hombre tendría alguna palabra grata hacia mi país. No esperaba elogios, tal vez un poco de cariño y algo de respeto. Pero no, rápidamente el relato se tornó burdo y sombrío y tuve que escuchar con una media sonrisa fingida cómo este hombre hacía pedacitos mis expectativas. La pobreza extrema, la polvareda que inunda las raquíticas calles de ambas ciudades fronterizas, la ausencia de color y el escenario tapiado por las construcciones dejadas a medias hechas del más gris de los cementos, el olor a putrefacción, las historias de miseria, los policías gordos y corruptos, la ignorancia, la carencia de leyes, al fin un país en caos total. Cada palabra iba dejando montoncitos de tristeza que se iban acumulando sin control. Finalmente abandoné la mueca que con tanto trabajo había intentado sostener mientras escuchaba a mi marido, que ha visitado el país en innumerables ocasiones, defender la tierra a la que él tanto estima. No sigas, déjalo ya, le indiqué con los ojos y con un movimiento sutil de cabeza. Lo que quería era que el médico terminara de hablar de una vez, que me revisara, me diagnosticara y me entregara la receta y la constancia de incapacidad laboral. Lo demás era indefendible, una batalla que yo no iba a ganar. Yo ya me había enfrentado a ese tipo de situaciones con anterioridad; desde el segundo en el que decidí migrar por primera vez, supe lo que era el estereotipo, el prejuicio y la derrota. En estas contiendas no gana nadie, es una cuestión de opinión; por un lado, la versión subjetiva, la mía, y por el otro lado la versión ignorante y arrogante de alguien más. Al principio me desbordaba en argumentos, peleaba lo mío, defendía, disculpaba y exoneraba a mi país, pero sobre todo intentaba explicar los sinsabores de una nación que no ha tenido la menor oportunidad. Aquellas contiendas se convertían en ríos salvajes de información apretujada y lanzada a modo de revés. Es imposible armar una frase inteligente, astuta y contundente comprimiendo, al menos, setecientos años de historia. Siempre terminé agotada, desconsolada y enojada con el mundo conquistador siempre tan olvidadizo y ajeno a los efectos de lo que ellos mismos provocaron.

Cholula, Puebla, México
Cuando me mudé a Alemania pensé que en Europa sería distinto, apelé al sentido común, a los altos índices de educación colectiva, al pensamiento liberal e inclusivo, sin embargo, aquí también se cuecen habas, igualitas a las del resto de los países del primer mundo. Me cansé de querer enseñarle a los incrédulos el México que yo recuerdo.

Ciudad de México
Colonia Condesa
No intento tapar el sol con un dedo, sé muy bien de lo que está hecho México y sí, el narco existe, es tangible y amenazador, también lo es la inseguridad, la tremenda violencia, la perversa corrupción, la pobreza, la ignorancia y el subdesarrollo, pero todo eso es circunstancial y no emanó del brote de un manantial. Todo eso que opaca a México es la consecuencia de una serie de eventos adversos, es una nación con cicatrices acentuadas y complejas que no ha alcanzado del todo a madurar. No obstante, México es mucho más que pistoleros, mariguana y escasez. ¡México es grandioso! Y aún dicho todo esto sigue resultando imposible hacerles ver al México que yo conozco porque para eso se necesitaría, primero, que conocieran la inmoral historia de un país profundamente violentado por propios y ajenos.

Ciudad de México
Mercado Jamaica
Para que pudieran llegar a comprender en su totalidad, a apreciar y, sobre todo, a valorar necesitarían conocer a México como lo conozco yo, abriendo cada uno de los sentidos porque se necesita de un par de ojos generosos para contemplar la riqueza de una tierra en donde coexisten casi todos los biomas; tapizada de valles, montañas y cerros de un verdor frondoso con sabor a limón; de aguas magistrales convertidas en ríos, lagos, cascadas y mares sin par; ni que decir de sus playas amplísimas y doradas en donde todos los días sale el sol y cuya arena es una alfombra de granos delicados. También hay que abrir el paladar pues en México la variedad culinaria es vastísima, soberbia e inolvidable; en cada plato se mezclan la historia, el sentimiento y las emociones de un país intenso, palpitante, condimentado y de altos contrastes. A México hay que tocarlo; hay que pasar la palma de la mano por la gracilidad de sus textiles, la fineza de sus joyas y el esplendor de su barro, cobre, ónix, copal y cientos de materias primas más. México es una nación que se expresa con notas que crean melodías que narran penas y glorias en donde los instrumentos se acompañan de un zapateo cadencioso y firme en donde la música y la danza son un arte nato. Los olores de México son los que más extraño; los mercados rebosantes de aromas a nixtamal, cilantro fresco, mango petacón y chile seco. Y como si toda esta selección exquisita de maravillas no fuese suficiente, allí también está su gente, la que ofrece su techo y su plato a quien lo necesite, la que acoge al fuereño, la que libra batallas inasequibles, la inquebrantable, la mestiza, la que no se rinde, la que trabaja jornadas impensables, la risueña, la creativa y soñadora.

Centro Puebla, Puebla, México
No, ya no me desgasto en hacerles entender a un país de colores y fragancias penetrantes, de tradiciones y costumbres suigéneris y de historia dolorosa e incomprensible, ahora sólo les contesto: visítalo y vuelve siempre al México que yo recuerdo.

Entiendo tu sentir. Porque lo he vivido también.
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