Lo he dicho antes, estoy rodeada de mujeres extraordinarias. A todas ellas las he ido encontrado de manera causal, cuando nuestros senderos se llegaron a cruzar. No puedo más que agradecerle a la vida por su generosidad para conmigo, pues me ha colocado en los lugares y tiempos correctos para coincidir con seres humanos ejemplares que han llegado imprevisiblemente para cambiar mi destino. El camino con ellas ha sido menos espinoso y mucho más divertido. Con ellas todo lo superado ha sido posible, sin ellas, simplemente, no me imagino la vida. Karime García es una de esas mujeres excepcionales y estas letras son un homenaje a la historia de su vida.
Nos conocimos hace casi ocho años, ambas recién llegadas a Hamburgo. En ese tiempo estábamos buscando lo mismo, formar la tribu que habíamos dejado atrás cuando decidimos abandonarlo todo para seguir a nuestros maridos hasta Alemania. De inmediato nos hicimos amigas; sin esfuerzos ni procesos de adaptación, sin dramas ni tientos nos volvimos familia en un mundo que en aquel entonces nos parecía aterrador. Nunca me hubiese imaginado todo lo que ya había vivido Karime hasta ese momento y jamás habría podido adivinar todo lo demás que aún tendría que sobrevivir.

Karime llegó a este mundo con la suerte ya echada, habría de ser nómada. No fue su elección, al menos no al inicio de su vida, siendo apenas una niña, cuando se vio obligada por los tumbos del azar a vivir una orfandad injusta, dolorosa y llena de sinsabores. Desde la infancia tuvo que aprender a adaptarse a diversos hogares, a figuras maternas y paternas distintas, pero, sobre todo, aprendió a subsistir con lo que había. La soledad fue por mucho tiempo su única compañera, siempre constante, siempre latente. Entendió desde temprana edad que tendría que aprovechar cada oportunidad y que las decisiones debían de ser ágiles, no impulsivas, pero sí inmediatas, contundentes y raudas. Ya en su adolescencia era una jovencita independiente, forzada a madurar antes de tiempo para enfrentarse a los embates de una vida que se iba construyendo a cuenta gotas entre mudanzas, despedidas y desconsuelos. En aquellos días sólo contaba con un manojo de ideas y un corazón palpitante de anhelos. Sin mucha orientación, pero con el apoyo de su hermana mayor concluyó sus estudios universitarios y emigró por primera vez hacia el norte del continente en busca de las raíces que en México no encontró. Ya en Vancouver, como muchos migrantes, comenzó a escalar peldaños desde el cimiento más humilde. Con determinación aprendió el idioma y con orgullo y perseverancia vio sus primeros sueños convertirse en realidad.

Por su inquietud natural, continuó moviéndose por sendas diversas, haciendo de España su siguiente parada. A base de esfuerzo, riesgo y aventura conquistó Barcelona. En el corazón de Cataluña acumuló prestigio y se convirtió en una de las líderes más importantes de la industria de juegos, loterías y casinos en línea. España también le entregó al primer gran amor, el mismo que años después la llevaría al norte alemán, el mismo que por amarla tanto terminó por cortarle las alas y atarla a una ciudad de la que Karime jamás se enamoró. En un intento por rescatar lo irrecuperable, volvió de nuevo a migrar; el fantástico sur alemán se convirtió entonces en su hogar. Sin embargo, Karime jamás soñó con ser princesa de cuentos de hadas y los castillos de Baviera le quedaron demasiado cortos a sus ambiciones. Tras la ruptura, con el corazón hecho jirones y una maleta llena de experiencias tomó una decisión muy dura. Se despidió de una vida que pensó que estaba hecha y volvió a ser errante. Un año y una vuelta completa al mundo duró su duelo. En Múnich empezó la travesía que la llevaría a visitar veintiséis países y una cuarentena de ciudades para colocarla nuevamente en Canadá, en donde se habían quedado los recuerdos más felices de una juventud en plenitud.
Estando en Vancouver se dejó envolver por un romance que era demasiado bueno para ser cierto y fue así como la vida llegó a sacudirla para cambiar su destino para siempre. No fue fácil enterarse de un embarazo no previsto, tampoco lo fue afrontar el desprecio de quien le dibujó una vida en conjunto, no obstante, lo más difícil fue el miedo, el terror a fallar como madre. En esos días hablamos casi a diario, la dejé sollozar mientras derramaba sus temores en el auricular. Un día, así sin más, las lágrimas habían quedado atrás, mi valiente amiga había asumido su rol de mamá que cría sola y así, comenzó a transformar todo su entorno para recibir a su hija. Hubo de reinventarse en el proceso; la vi trabajar de sol a sol para ahorrar hasta el último céntimo, la observé desde la distancia preparando el terreno para que todo estuviera dispuesto para la llegada de Kayla. En el recuerdo quedaron los logros profesionales y una industria incompatible por completo con su nuevo cometido. Karime se volcó, invencible y determinada, en su papel de madre, depositando en su hija un amor que da gusto presenciar. Pero su lado emprendedor no desapareció por completo, sólo se readaptó. Fue así como surgió la idea de The UrbanKid, su nuevo proyecto, una tienda de moda y accesorios para los más pequeños, de alta calidad y a precios accesibles, en donde Karime puede combinar perfecto sus dos pasiones: el marketing digital y la maternidad.

No ha sido sencillo mantener el ritmo de una vida atiborrada de grandes responsabilidades y dificultades, especialmente porque todo lo que es y todo lo que tiene lo ha logrado en soledad, en un país ajeno y sin mayor ayuda que sus dos manos y sus dos pies. Karime está obligada a sostener una rutina estricta pues todos los días se juega la vida y la de su hija en este nuevo lance, pero no le teme al fracaso y se mantiene respetuosa y reservada ante el éxito. Más allá de los retos, las penas y los obstáculos, hay una certeza: no ceder ante la duda y perseverar con entereza.

A pesar de la incertidumbre, las agendas apretadas y las vicisitudes, la eterna nómada decidió quedarse por el momento en Canadá, echar raíces y vivir una vida sin sobresaltos, al menos por un tiempo. Nunca entenderé el porqué de su decisión, quizá sea porque mi punto de vista es subjetivo. ¡La extraño todos los días! Cuando le pregunté, me contestó que en Vancouver había aprendido a ser feliz. Con su partida de Europa, nuestros caminos marcharon por rumbos paralelos, sin embargo, hemos mantenido una estrecha comunicación pese a los años, la distancia y los horarios. Kayla nació hace poco más de dos años y desde entonces Karime se despidió de la soledad que la acompañó en una treintena de años. Hoy en su vida hay barullo, desorden, tutús, peluches y risas incontables. Aunque este par de años no todo ha sido apapachos y nubes de colores, Kayla y Karime se tienen una a la otra para hacer frente a todas las curvas que han aparecido en sus caminos.
De Karime hay millones de cosas por decir, pero por el momento me quedo con la admiración que le tengo por todo lo que la representa; por su afición por el mar y el veleo, por su intrepidez y valentía, por ser una verdadera ciudadana del mundo, por esa fortaleza de acero y por saber abrirse camino en la vida y marchar firme e imbatible hacia el resto de su vida.

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