
Sin mujeres como María Gertrudis Teodora Bocanegra Lazo Mendoza no se puede explicar la independencia de México. Aunque la historia se ha empeñado en ignorar la contribución y el legado de estas excepcionales mujeres, es nuestro deber conocerlo para honrar los sacrificios que, con asombrosa generosidad, le ofrecieron a la patria.
Gertrudis Bocanegra nace en Pátzcuaro, Michoacán el 11 de abril de 1765. Desde el momento de su alumbramiento y hasta el día de su muerte, Gertrudis llevó una vida sumamente singular. No sólo supo rebelarse a los roles femeninos tradicionales de su época, sino que impuso una férrea resistencia a las costumbres a las que su condición social la sometió. Como novohispana, hija de comerciantes españoles de clase media, gozó de ciertos privilegios, pero también hubo de subyugarse a los cánones sociales de finales del siglo XVIII. Sin embargo, Gertrudis mostró desde temprana edad una firme tendencia a la emancipación y al liderazgo que, posteriormente, fue desarrollando a lo largo de su vida. Desde pequeña aprendió a leer, a escribir y a realizar operaciones aritméticas, herramientas que años después le servirían para apoyar a su padre en los negocios familiares. Se sabe también que Gertrudis leía con regularidad libros prohibidos por la inquisición y la corona, por lo que no es de extrañar que sus inclinaciones intelectuales fueran afines al movimiento ilustrado, sobre todo a las ideas de Rousseau, Voltaire y, por supuesto, de Olympe de Gouges. Además de su afición por la lectura y el conocimiento, Gertrudis tenía una particular facilidad para los idiomas por lo que, desde muy niña, aprendió a hablar varios dialectos indígenas, siendo el tarasco una de las lenguas que llegó a perfeccionar. Asimismo, consta en varios testimonios de la época, que Gertrudis era una mujer bastante inteligente y una líder natural, cualidades que la ayudaron a destacar mientras estuvo al servicio de las fuerzas independentistas.
Con semejante perfil no es de sorprender que Gertrudis soñara con una nación independiente, soberana y libre del yugo español. Tampoco resulta insólito su profundo amor por México, a quién terminó consagrándole su vida entera y sin restricción alguna.
Cuando la guerra de independencia estalló en 1810, Gertrudis se sumó de inmediato a las filas insurgentes de Miguel Hidalgo e Ignacio Allende. Para ese entonces Gertrudis ya estaba casada con Pedro Advíncula de la Vega, soldado del régimen provincial, con quien había procreado cuatro hijos, tres mujeres y un varón. Conforme el conflicto independentista escaló y tomó fuerza, se hizo sentir en Valladolid, hoy Morelia, y fue en esta suerte de eventos cuando la participación de Gertrudis en el movimiento insurgente se consolidó. Tras convencer a su esposo y a su hijo para que se sumaran a las fuerzas de insurrección, Gertrudis asumió un papel muy activo en la contienda; sirvió como espía, tejió una red de comunicación indispensable para los rebeldes de la región y albergó bajo su propio techo decenas de reuniones en donde abiertamente se llevaban a cabo conspiraciones en contra de la corona. Tras la muerte de su hijo y de su esposo a manos del ejército real, Gertrudis se volcó en roles más arriesgados y comprometedores. Los cronistas de la época llegan incluso a afirmar que entre las enaguas lo mismo transportaba armamento, documentos confidenciales y cartas, que alimentos y aguardiente para las fuerzas insurgentes. También se ha dicho que cargaba un fusil al hombro y que se convirtió en una mujer temeraria y sumamente respetada entre los participantes del movimiento independentista.
Cabe señalar que el movimiento sufrió varias bajas aplastantes y que a partir de 1815 los rebeldes dividieron el frente común y se convirtieron en pequeñas guerrillas dispersas en el centro y sur de la Nueva España. Mientras los caudillos huían a las sierras para esconderse y reorganizarse, Gertrudis se mantuvo alerta y no cedió en el empeño de tomar la ciudad de Pátzcuaro. Tristemente, cuando sus planes estaban próximos a concretarse, uno de sus empleados, de origen indígena, la delató. Tras su detención, Gertrudis fue brutalmente torturada con la finalidad de obtener información privilegiada sobre los planes y paradero de la organización de Los Guadalupes, un grupo de insurgentes de Pátzcuaro y Tacámbaro en Michoacán. Gertrudis no cedió al tormento al que fue sometida y, finalmente, fue sentenciada a muerte. Pese a que no hay evidencia contundente de las narraciones que circundan su muerte, existen varios testimonios que afirman que Gertrudis fue desnudada en plena plaza, humillada y vilipendiada ante los ojos de los soldados del ejército realista y de la población que acudió a presenciar el fusilamiento. Antes de que la orden de disparar se diera, mientras le leían la sentencia y la pena, Gertrudis se dirigió al pueblo a gritó de guerra y en impecable tarasco dijo: “No se dejen. Esta tierra les pertenece a ustedes. Únanse a los insurgentes para expulsar a los invasores. ¡Viva la patria, viva la libertad!” Después de esas conmovedoras palabras su voz fue apagada por los disparos de las bayonetas.
Lamentablemente Gertrudis jamás vería desfilar victorioso al Ejército Trigarante sobre las calles de la Ciudad de México una vez proclamada la Independencia de México, pues murió el 11 de octubre de 1817, cuatro años antes de que los Tratados de Córdoba pusieran fin a la Guerra de Independencia y de que se reconociera a México como una nación soberana.
Más allá de la lealtad, Gertrudis Bocanegra entregó su vida a México. Esta entrada de blog está dedicada a ella y a todas las mujeres que nos dieron patria y libertad para que nunca se nos olvide que el rojo carmesí de nuestra bandera también está teñido con la sangre de nuestras valientísimas mujeres mexicanas.