
En el año 2008 visité Hamburgo por primera vez. Lo que sentí al recorrerlo fue amor a primera vista y sé que de inmediato quedé prendada de su bellísima arquitectura, de sus portentosos techos color espuma de mar, de sus estructuras hechas de ladrillo escarlata, de sus contrastes, de su finesa y rudeza, de sus ríos Alster y Elba, de sus canales, playas, muelles y puertos y de su generosa pluralidad. En ese entonces jamás me imaginé que viviría en esta ciudad hanseática ni mucho menos pensé que llegaría a amar todo de ella. Hace casi nueve años llegué para quedarme y desde entonces destino tantos fines de semana como me es posible a recorrerla, a descubrirla y a desvelar aquellos rincones que se ocultan de los ojos de los turistas. A pesar de que la Iglesia de San Nicolás es un recinto emblemático y bastante conocido de la ciudad de Hamburgo, había pospuesto la visita más de una vez. No sé cuál fue la razón que me impidió acercarme con anterioridad; quizá haya sido la sensación de desconsuelo que su aguja ennegrecida y solitaria me producía o tal vez la tristeza elegante de su torre que se asoma soberbia entre los edificios modernos y el tránsito palpitante. No puedo explicarlo, sobre todo, porque la iglesia se ubica a escasos 500 metros del ayuntamiento de la ciudad (Rathaus), un sitio al que acudo con frecuencia; es apenas una caminata de seis minutos, el recorrido se puede hacer de manera espontánea y casi en un suspiro, en cualquier día de la semana y sin previo aviso, sin embargo, no me atreví a visitarla hasta la semana pasada. Pareciera que esta iglesia y yo teníamos una cita impostergable y que era hora de que me enfrentase a lo que ella tenía que enseñarme: la historia más conmovedora de Hamburgo, sin lugar a duda.

No es de extrañar que siendo Hamburgo una ciudad compuesta de diversos puertos, este recinto se erigiera desde el siglo XII, en primera instancia, a modo de capilla dedicada a San Nicolás, el patrono de los marineros. Posteriormente, en 1335 se decidió ampliar su envergadura con la construcción de tres naves y una torre de estilo gótico báltico. Este recinto fue siempre muy importante para los hamburgueses no sólo por su significado intrínseco, su historia o su belleza arquitectónica, sino por el cariño que los pobladores de la ciudad le profesaban, era verdaderamente una de las edificaciones más queridas de la metrópoli hanseática. Con el paso de los años la iglesia sufrió diversas reconstrucciones, remodelaciones y renovaciones que obedecieron a distintas necesidades como la reparación tras determinadas destrucciones parciales, la restauración del desgaste natural y los arreglos posteriores al incendio más dramático de la ciudad que ocurrió en 1842 y en el cual la torre ardió durante horas hasta que terminó derrumbándose presa de la voracidad de las llamas. Pese a los embates a los que se enfrentó, la iglesia se mantuvo en pie gracias a las diversas contribuciones de la comunidad y de la ciudad.

Desafortunadamente la Iglesia de San Nicolás no tuvo manera de sobrevivir a la Operación Gomorra. En plena Segunda Guerra Mundial, durante el verano de 1943, las fuerzas aliadas lanzaron un ataque aéreo contra la ciudad de Hamburgo. La campaña fue implacable; el bombardeo duró 10 días, desde la noche del 24 de julio hasta la madrugada del 3 de agosto. El primer blanco del asalto fue precisamente la Iglesia de San Nicolás pues era, en aquel entonces, el edificio más alto de Hamburgo. Junto con la iglesia pereció la ciudad. El daño material fue cuantioso; barrios enteros fueron devorados, primero por las bombas y después por los incendios incesantes, el puerto y la industria quedaron aniquilados y la fuerza naval sufrió pérdidas devastadoras. Las pérdidas humanas fueron incalculables. Se estima que alrededor de 40, 000 personas perdieron la vida durante la Operación Gomorra.

Al finalizar la guerra, el motor de la reconstrucción dejó a la Iglesia de San Nicolás en el olvido. Parte de los escombros fueron utilizados para reforzar los canales del río elba mientras el resto fue retirado, dejando a la aguja y a algunos muros en absoluto abandono hasta 1987. A partir de ese entonces la fundación Rettet die Nikolaikirche e.V. se ha encargado de los trabajos de restauración y, aunque se decidió no volver a reconstruir el recinto, sí se han hecho modificaciones que le han dado una nueva vida a la Iglesia de San Nicolás. Los vestigios de la edificación constituyen un monumento conmemorativo que ha dejado de ser un centro religioso para convertirse en un museo; su torre, cripta y parte de su fachada han sido conservados y transformados en centro de exposiciones, salón de eventos y área de vista panorámica. En 1993 se instaló en la aguja un órgano aéreo de 51 campanas que repican cada hora. En donde otrora se encontraba el altar, ahora existe una explanada con varias esculturas alusivas al día más trágico de la historia de Hamburgo. La más estremecedora de todas ellas es, sin duda, “La Prueba” (Prüfung) de Edith Breckwoldt hecha en bronce en 2004 y cuya placa se acompaña de una cita de Dietrich Bonhoeffer (líder del movimiento de resistencia contra el nazismo).
Ningún hombre en el mundo puede cambiar la verdad. Solamente se puede buscarla, encontrarla y servirla. La verdad está en cada lugar. – Dietrich Bonhoeffer.

Hoy, la Iglesia de San Nicolás muestra sus cicatrices al mundo para que a ninguno se nos olvide jamás la trascendencia, el duelo ni las consecuencias de una guerra.