De México para el mundo

Tengo la fortuna de trabajar para una empresa multicultural en la que convivimos diariamente individuos de veintiún nacionalidades. Más allá de las diferencias o coincidencias resulta interesantísimo observar, cuando las tareas diarias así lo permiten, cómo nos desenvolvemos todos en el mismo ámbito y con el mismo fin: hacer crecer a la empresa en la que colaboramos. Además de nuestras diferencias culturales, también lidiamos con las diferencias generacionales, personales y académicas, así que el día a día resulta un coctel de vivencias de las que, sin duda, estoy aprendiendo muchísimo porque no es fácil navegar en medio de tantísima diversidad.

La realidad es que nos llevamos bastante bien; la cooperación y trabajo en equipo es equilibrada, amena y divertida, hay una sólida base de respeto y tolerancia y todo fluye pese a las adversidades a las que cotidianamente nos enfrentamos. Lograr que personas tan intrínsecamente diferentes puedan ponerse de acuerdo me ha devuelto la fe en la humanidad porque si dentro de esta pequeña muestra global hemos alcanzado la conciliación, ¿por qué no habría de poderse conseguir en el resto del mundo? Yo creo que la base que sostiene el éxito de esta coexistencia sana descansa en el entendimiento que adquirimos a través del aprendizaje y del acercamiento a otras culturas. Yo creo que por eso me gusta tanto la dinámica mensual, en la que se presenta frente a la empresa entera el país del que somos originarios.

Esta semana le tocó el turno a México. Miguel, mi compañero de cubículo y yo tuvimos el honor de exponer durante diez minutos, frente a colegas provenientes de veinte naciones distintas, unas pinceladas de nuestro país. El cometido era explicar cómo es la vida laboral en tierras mexicanas, cómo son las relaciones interpersonales en los negocios y en el ámbito privado, cuáles son los estereotipos que mejor nos definen y cuáles son los datos más significativos de nuestro país. Desde la semana pasada comenzamos a pulir los detalles, a organizar las ideas y a definir qué información valía la pena compartir y cuál no. Diez minutos es muy poco tiempo para hablar de un país con un legado cultural tan vasto y, además, queríamos mantener un tono positivo, pero apegado a la realidad. Dicho de otra manera, queríamos dar una probadita de nuestro país, pero sin exagerar ni ocultar. En el proceso nos divertimos muchísimo porque una cosa es ser mexicano y vivir nuestra identidad de manera natural y otra es intentar explicársela al mundo.

Desde el inicio de la presentación mantuvimos a los asistentes con una sonrisa franca, con los ojos bien abiertos, pero, sobre todo, logramos que participaran activamente; ya fuera con carcajadas, cuando los datos fueron graciosos, con preguntas, cuando hubo alguna duda, o a través de la degustación de los refrigerios que llevamos, la gente conservó el interés y eso nos llenó de orgullo. A México podrían odiarlo o amarlo, sin embargo, es muy difícil que resulte indiferente. Nuestro país detona conversaciones y sentimientos y una vez que lo conoces, te olvidas del tequila, los mariachis y los narcos, México es muchísimo más que eso.

Primero hablamos de los datos generales: extensión territorial, lengua oficial, número de habitantes. Después expusimos los pormenores de la vida laboral, terminamos con la creencia de que los mexicanos nos la pasamos entre siesta y fiesta y les relatamos las larguísimas jornadas que, por ley, tenemos que cubrir, las reglas sociales, lo importante que es para nosotros mantener una imagen limpia, ordenada y adecuada, lo estrechas que son las jerarquías laborales, lo amena y a la vez compleja que es la convivencia con nuestros compañeros, subordinados y superiores. También hablamos de lo mucho que tomamos todo a tono personal; para los mexicanos los negocios son un tema personal, por eso tejemos y construimos nuestras relaciones comerciales y laborales con base en la amistad. Miguel no pudo haberlo dicho mejor: “lo más importante es la familia y en México los amigos son familia”. Los mexicanos mezclamos nuestros círculos sociales porque los consideramos parte de nuestra vida, da igual si son proveedores, colegas, jefes o clientes. Al final del día, después de una ronda de mezcal, tortillas recién hechas y una hora de trío, todos somos amigos. Terminamos la presentación hablando de nuestra música, de nuestra gastronomía, de nuestras festividades emblemáticas y de nuestras tradiciones, como dije ya, diez minutos no fueron suficientes para nosotros, pero para los asistentes sí porque después de conocer y saborear un poquito más de México, nos miraron ya con otros ojos.

Probablemente el siguiente turno sea ahora de Turquía, Chipre, Moldavia o de La India. Estoy segura de que le regalaré a los expositores la misma atención y apertura que nos obsequiaron a nosotros. Así es como debería de funcionar el mundo, sin tantos extremos, sin tanto drama; un foro en el que unos explican y otros aprenden, en el que se vale estar orgulloso de la patria, de la lengua materna, de las costumbres, tradiciones, olores y colores de nuestras tierras.

Uso de fotografía cortesía René Frohnecke Photography

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