¿Alguna vez has sentido terror? Un pavor de tal magnitud que te revuelca el estómago de pronto, que te lanza dosis incontrolables de adrenalina, que te aprieta la garganta y que te obliga a concentrar todas tus fuerzas en el instinto humano más elemental: la supervivencia.
Él está afuera. Grita, maldice, golpea ventanas, sacude puertas, escupe frases abominables y palabras que permean hasta lo más profundo de tu autoestima. Crees que estás segura mientras te arrinconas en una esquina de tu habitación, mientras abrazas una almohada e imploras con lo que te queda de lucidez que pare, que desista, que se vaya. Se hace el silencio, no te atreves a mirar a la ventana, caminas de puntillas y sales de la habitación, asomas la cabeza por la puerta, te animas a dar dos pasos fuera y miras hacia abajo, a través de las escaleras, a la planta baja. Todavía tiemblas; manos, piernas, corazón, todo trepida descontrolado. Entonces escuchas unos pasos firmes, raudos, determinados y ves su cabeza ascender. Corres de vuelta a la habitación, empujas la puerta para cerrarla, pero no logras hacerlo. Él fue más rápido. ¿En qué momento entró en la casa? ¿En qué momento subió? ¿En qué momento pateó la puerta y te clavó el picaporte en el diafragma? Te quedaste sin aire y no percibiste cuando te prendió de los cabellos, pero sí sentiste cuando te arrastró escaleras abajo. Peleaste, pataleaste, arañaste y gritaste hasta que te abandonó la voz. ¿Cuántas patadas te propinó? Dejaste de contarlas cuando cubriste tu rostro con los antebrazos, cuando claudicaste, cuando no pudiste más; él era más fuerte que tú. De milagro sobreviviste y entonces tomaste tus cosas y te fuiste, no de la ciudad, sino del país, porque para poder vivir había que dejarlo todo atrás, al menos por un tiempo, al menos hasta que el sexenio terminase y sus influencias no pudieran alcanzarte más.
Tuve mucha suerte, nací en un núcleo familiar sólido y amoroso y tuve la fortuna de tener unos padres que no han hecho otra cosa más que amarme incondicionalmente y que procuraron mi bienestar siempre. Hace veintiún años mis papás tomaron la decisión de enviarme a Canadá. Me salvaron la vida. Al tiempo y con terapia pude superar los dos años de violencia que sufrí. Perdoné al ejecutor de mis peores pesadillas y continué viviendo mi vida. Sin embargo, las cicatrices psicológicas y un hueso zafado en la muñeca me recuerdan todos los días aquello que viví. Poco a poco la memoria ha ido disipando los sucesos, convirtiéndolos en retazos de sueños lejanos que ya no lastiman, pero que siguen generando terror de vez en cuando. No me gusta hablar de esto, mucho menos traer al presente horrores del pasado, no obstante, a veces hay que hacerlo porque he de reconocer que esto me ha moldeado, que marcó un antes y un después en mi vida y que tuve que vivirlo para ser la mujer que soy hoy.
La violencia doméstica es el preludio del feminicidio. El que pega, insulta, humilla, denigra, sobaja, controla, aísla y amenaza también mata. Las estadísticas a nivel mundial son alarmantes y no hay un solo país que no viva una crisis de violencia en contra de las mujeres y los niños. El perpetrador es comúnmente un hombre; el marido, el hermano o el padre de la víctima son los casos más frecuentes, sin embargo, los crímenes de género los comete cualquiera. Hablaré de Alemania porque es aquí en donde vivo. Una de cada cuatro mujeres en Alemania es víctima de violencia de género. Las subcategorías de este delito se dividen de la siguiente manera:
Violencia física.
- Violencia física.
- Violencia sexual y violación.
- Aislamiento social.
- Sometimiento económico.
- Tráfico humano y prostitución forzada.
- Privación de la libertad.
- Violencia emocional y psicológica.
- Matrimonio forzado.
Hay que conocer el terror primario para entender por qué las mujeres que sufren de violencia se toman demasiado tiempo para decidirse por la huida. Tienes que vivirlo para comprender el trasfondo y para desarrollar una empatía única que no te permite sentir frustración cuando una mujer se resiste a encontrar las agallas que necesita para dejar al que aterroriza su vida. Hay muchos factores que la obligan a quedarse y que tienen que ver con una imposibilidad tangible de valerse por sí misma.
Con esta entrada de blog no pretendo profundizar en el perfil del feminicida, ni quiero exponer las características sociópatas del perpetrador y de la víctima en los casos de violencia de género. Eso se lo dejo a los especialistas en psicología, psiquiatría y sociología. Mi intención es compartir con mis lectores la historia de las Casas Autónomas para Mujeres de Hamburgo (Autonome Hamburger Frauenhäuser) porque son un ejemplo de unidad, de lucha concreta y efectiva y un símbolo de esperanza para miles de mujeres que han sufrido en propia piel las heridas de la violencia.

La Asociación de Mujeres que ayudan a mujeres (Frauen helfen frauen) fue fundada en Hamburgo en 1977. La idea surgió de un grupo de mujeres que decidieron sumar esfuerzos para ayudar a las víctimas de violencia doméstica. Bajo el concepto de “te ayudo a ayudarte”, este grupo de mujeres abrió las puertas de su primera casa para albergar, proteger y acompañar a mujeres que necesitaban huir de sus hogares y de sus atacantes para poder sobrevivir. Cuarenta y dos años después las Casas Autónomas para Mujeres de Hamburgo cuenta con cuatro casas en donde acomodan a mujeres y niños que huyen de situaciones de violencia.
Cualquier mujer, sin importar condición socioeconómica, religión, afiliación política, preferencia sexual, nacionalidad o edad, que esté en situación de violencia encontrará en Casas Autónomas para Mujeres de Hamburgo alojamiento temporal de tiempo indefinido, atención psicológica para ella y sus hijos, refugio, protección, secrecía, tratamiento individual, consultoría legal, acompañamiento en trámites gubernamentales, búsqueda de empleo y vivienda, capacitación para reinserción laboral, atención médica, clases de oficios y de idioma, asesoría, enseres personales, ropa y comida. A través de su programa de autoayuda, las residentes de las Casas Autónomas para Mujeres de Hamburgo recobrarán su independencia, su autoestima y su libertad.
Pocas, poquísimas, cosas me sacan de la cama un domingo lluvioso a las siete de la mañana. El pasado domingo 18 de agosto me levanté temprano, me alisté y me fui al centro de la ciudad para participar en la carrera – caminata en contra de la violencia a mujeres y niños organizada por la asociación de Mujeres que ayudan a mujeres. El motivo valió la pena y hasta se me olvidó la desmañanada porque el evento se organizó con la intención de acondicionar una quinta casa que pueda recibir a más mujeres que padecen de violencia doméstica. Al llegar al lugar, ya me esperaba mi amiga Lizanie Ramírez, a quien también saqué de su cama para que se viniera a caminar conmigo. Ahí estábamos las dos mexicanas, uniendo esfuerzos y euros para una noble causa. Para mí este evento tiene una vital importancia porque hasta en la hora más oscura, hay un dejo de esperanza. Estas casas y la labor extraordinaria que de ellas surge, es fundamental para la recomposición de nuestra sociedad. El saber que puedes huir, levantar los pedazos que quedaron de ti y volverlos a unir para vivir una vida digna, hace la diferencia entre querer vivir o dejarse morir. Lugares como las Casas Autónomas para Mujeres de Hamburgo constituyen un santuario y una herramienta imprescindible en la lucha contra la violencia de género.

Quizá haber asistido a ese evento y escribir esta hoja de blog sea tan sólo un granito de arena en medio de un océano de conflictos, pero confío en que no se pierde en la inmensidad; se acumula en un pozo que poco a poco, mujer a mujer, intención tras intención, se va llenando. Esa es la única manera en la que puedo concebir un cambio verdadero. A través de la unión de mujeres, más allá de posturas o ideologías, es como lograremos hacerle entender a nuestro mundo que nuestro lugar, tan merecido e ignorado, debe ser otorgado y respetado. Unidas formaremos una cadena indestructible que nos llevará a la igualdad y al reconocimiento por el que tanto hemos luchado.

Nota especial para mujeres en situación de violencia que radican en Alemania: Si vives en Alemania y tu vida o la de tus hijos está en peligro, quiero decirte que no estás sola. Las Casas Autónomas para Mujeres de Hamburgo está más cerca de lo que piensas las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Si no hablas alemán, no te preocupes, ellas te asignarán un intérprete.
Si necesitas hablar con alguien que no sólo entienda tu idioma, sino también tus costumbres, miedos y dudas, aquí me tienes a mí. Ponte en contacto conmigo a través de mi blog (en la sección de contacto) y tendrás mis oídos, mis brazos y mi voz para lo que haga falta. Además, me permito darte un consejo; mantén la cabeza fría, calcula, planea y no actúes irracionalmente. Lo más importante es salvaguardar tu vida y la integridad de tus hijos. Si puedes, guarda dinero, documentos (pasaporte, acta de nacimiento, de matrimonio, documento de residencia, tarjeta de seguro médico, revalidación de estudios, etc.) y arma una maleta que contenga efectos de valor, ropa, zapatos y comida (barras energéticas, galletas, cereales, nueces y fruta seca) para un día. Esconde la maleta en un lugar seguro y cuando estés lista, huye, corre, sal de ahí y no vuelvas jamás. Te prometo que detrás de esa puerta hay una vida y tú te has ganado el derecho de vivirla.

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Refugio para Mujeres de Hamburgo
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