No hay evidencia contundente que indique cuándo o por qué los cisnes se convirtieron en un símbolo fundamental para el puerto de Hamburgo, pero desde hace al menos seiscientos años son un emblema sobre el que descansa la subsistencia de esta metrópoli mercante. La leyenda sostiene que mientras haya un cisne sobrenadando las aguas del río Alster, Hamburgo continuará siendo una ciudad libre y próspera.


Los hamburgueses son por tradición mercaderes. Es innegable que esta ciudad se fundó gracias al tráfico de mercancías que arribaban desde todos los rincones del mundo, lo que provocó que Hamburgo fuera, desde sus inicios, una ciudad muy cosmopolita y que sus habitantes desarrollaran cualidades bastante singulares. Los hamburgueses son pragmáticos, objetivos y lógicos, sin embargo, cuando se habla de los cisnes, la superstición se impone a la razón y por eso estas aves espectaculares de plumaje níveo no son sólo el amuleto que protege a la ciudad y a sus pobladores de las desventuras del destino, sino también la figura sobre la que se ha sostenido la existencia de los valores esenciales de esta localidad: la libertad y la bonanza.
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Los cisnes de Hamburgo son tan importantes para la ciudad y sus habitantes que han sido, desde tiempos inmemorables, parte del patrimonio metropolitano y un elemento de orgullo local. Inclusive, en 1664, se promulgó una ley en la que se prohibía, so pena de sanción severa, molestar, hacer daño, matar, pero, sobre todo, insultar verbalmente a un cisne. Aquellos quienes cometieran esas acciones no estaban agraviando a un animal cualquiera, sino a la ciudad entera.
Además de la protección legal, que otorgaba garantías plenas a los cisnes, era también importante asegurar el bienestar físico del emblemático animal y fue por ello por lo que en 1674 la ciudad empleó al primer “padre de cisnes”; el cargo administrativo oficial más antiguo de la historia de Hamburgo. Esta posición burocrática existe hasta el día de hoy siendo Olaf Nieß el último funcionario con ese cargo, mismo que ha ocupado desde hace más de veinte años. Su predecesor fue su padre, quien estuvo a cargo de los cisnes por más de cuarenta y seis años.

Por más de quinientos años, la ciudad ha sido muy generosa con su símbolo viviente pues además del cuidado amoroso y personalizado del “padre de los cisnes”, estos bellísimos animales tienen muchos otros beneficios como, por ejemplo, gozar de alimentación balanceada, atención médica especializada y acceso a refugio durante los meses de invierno. Una vez llegada la primavera, entre los meses de marzo y abril, los cisnes son trasladados de regreso a las aguas del río Alster. Este evento es todo un acontecimiento en la ciudad y resulta un imperdible para aquellos visitantes que se encuentran en Hamburgo por esas fechas.
Todas estas medidas y el amor incondicional de toda una metrópoli tienen un propósito contundente: asegurar la supervivencia de estas aves. Si ellas viven, Hamburgo vivirá. A lo largo de la historia de la ciudad ha habido momentos en los que la población de cisnes se ha visto diezmada, sin embargo, su existencia ha permanecido. El registro más bajo de estos magistrales animales se dio en 1813, durante el sitio impuesto por los franceses a la ciudad. En aquel entonces sobrevivieron apenas tres cisnes, pero unas décadas después se reprodujeron hasta llegar a ser cuatrocientos en total al término del siglo XIX. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el conteo de sobrevivientes emplumados fue de dieciséis y hoy en día conviven en las aguas del río Alster ciento veinte cisnes. En los últimos años se ha tratado de mantener el número equilibrado, ya que demasiados cisnes pueden provocar desmanes en el centro de la ciudad; estos animales son por naturaleza testarudos, juguetones y aventureros lo que los lleva a meter en líos a transeúntes y automovilistas.

Estas aves son tan valiosas para la ciudad que han sido objeto de regalo entre países y muchas veces considerados dignos embajadores de Hamburgo en el extranjero; varias parejas de aves han sido entregadas en ceremonias de Estado y han llegado hasta México, China, Brasil o Estados Unidos; Nueva York recibió doce ejemplares en 1860 con motivo de la celebración de inauguración del Parque Central de la Gran Manzana.
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Escrito todo esto, si alguna vez se encuentran por Hamburgo, recuerden nunca insultar a un cisne.
[…] la entrada de blog de la semana pasada les platiqué sobre una de las supersticiones más arraigadas del pueblo hamburgués que se ha convertido en una tradición centenaria irrevocable. La reacción colectiva entre mis […]
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¡Súper interesante! Un señor para cuidarlos, guauu. 🎈 Gracias, Karen por tan hermoso relato.
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Gracias a ti por leerme, hermosa. Saludos hasta Munich 🙂
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