Para el diccionario la maternidad es el “estado o circunstancia de la mujer que ha sido madre.”, para nosotras, las que trajimos un hijo al mundo, el concepto no es tan simple y significa muchísimo más.
Para una mujer, la maternidad es una transformación absoluta; es un fenómeno fisiológico, biológico, social, cultural, psicológico, intuitivo y emocional a gran escala que, a partir de la concepción, hará transmutar a una mujer hasta convertirla en un ser diferente. Es inexplicable, muchas veces ilógico, otras tantas paradójico y constituye el cambio más colosal que una mujer puede experimentar. Es difícil describir a la maternidad porque se compone de micro momentos, porque hay mucha frustración, mucha renuncia, mucha entrega y un amor tan inmenso que a veces se nos desborda del pecho. La maternidad es abrumadora; se acompaña de dudas, de culpas, de errores, de cansancio, de ausencia de sueño, de prisa, de trabajo constante y sin pausa, de responsabilidades que pesan a veces demasiado y de un torrente de lágrimas que muchas veces se queda contenido. Y así, con todo y sus retos y sus sinsabores, es lo más hermoso de este mundo porque dar vida es inefable. No sólo damos vida al momento de alumbrar, la damos cuando alimentamos a nuestro hijo, cuando lo vestimos, cuando lo lavamos, cuando lo ayudamos a caminar, cuando secamos lágrimas, cuando corremos a auxiliarlo, cuando redescubrimos las materias escolares ya olvidadas y cuando ponemos en su memoria vacía palabras dulces, historias increíbles y canciones de cuna. Damos vida cuando protegemos, cuando educamos, cuando cantamos y bailamos, cuando sonreímos, cuando limpiamos heridas, cuando mostramos caminos y rutas. Damos vida cuando amamos y en cada instante en el que somos madres amamos irrefrenablemente, aun cuando regañamos o imponemos límites y castigos seguimos amando. En el camino aprendemos que los logros ajenos son propios, que el dolor ajeno nos mata, que la pena ajena nos carcome, porque cuando el que sufre es nuestro hijo, no hay sosiego, no hay consuelo, no hay palabra ni ninguna manera de aliviarnos mas que con la sonrisa perfecta y gigantesca de nuestro hijo, con su salud en plenitud, con su corazón rebosante de anhelos, con su futuro libre de obstáculos. Amamos tanto que nos desdoblamos, nos enroscamos y desenroscamos para ver a nuestro hijo crecer feliz a sabiendas de que lo que más amamos un día deberá partir, lejos, lejísimos del nido que con tanto recelo construimos para él.
La maternidad nos convierte en mujeres de roles distintos; un día despertamos para darnos cuenta de que también somos enfermeras, estilistas, cocineras, inspectoras, vigilantes, guardaespaldas, costureras, ingenieras, maestras, entrenadoras, diseñadoras, fotógrafas y tantísimas cosas más porque nuestro hijo lo amerita, porque hay metas que cumplir todos los días, porque estamos rodeadas de primeras veces, de crecimiento en proceso, de iniciativa inconsciente, de pruebas, de mocos, sollozos y una tonelada de fluidos corporales. Con el tiempo nos vamos volviendo más resistentes por dentro y por fuera hasta que un día nos percatamos de que somos otra versión de nosotras mismas, una que besa más, que abraza más, que piensa más, que calcula más y que tiene más terror que nunca y aun así avanzamos seguras, con pasos tan firmes que hacen que el suelo se estremezca porque detrás nuestro vienen los pasos de nuestros hijos. En el andar lo vamos entregando todo, sin guardarnos nada, ni siquiera medio suspiro.
Así que hoy no puedo más que ponerme de pie y mirarlas a todas, a las millones de mujeres que, como yo, también son madres, a ellas: las que sintieron su cuerpo romperse mientras su hijo se abría paso al mundo y a ellas, las que cargarán el resto de su vida con una cicatriz de veinticinco centímetros que les recuerda que de allí surgió su hijo; a las que amamantaron y a las que escondieron lágrimas entre una botella y una lata de leche de fórmula; a las que acunaron y a las que cedieron colchón y almohada; a las que leyeron una docena de libros y a las que sólo siguieron su instinto; a las que renunciaron a su vida profesional y a las que decidieron salir a la calle a trabajar jornadas durísimas para procurar una mejor calidad de vida; a las que crían solas y toman decisiones dificilísimas sin nadie a quien a consultar y a las que crían con su pareja y a veces ceden hasta el deseo más firme si eso significa el bienestar de la familia; a las que decidieron entregar a su hijo al nacer para que tuviera mejores oportunidades y a las que, llevando todo en contra, van cargando a sus hijos a cuestas; a las que dudaron y a las que nunca lo hicieron; a las que tienen un hijo y a las que han ofrecido su cuerpo, sus venas y sus órganos más de una vez; a las que perdieron a un hijo antes de tiempo; a las que crían hijos, nietos y bisnietos; a las que enfrentan horrores en clínicas de fertilidad una y otra y otra vez; a las que pospusieron la maternidad y a las que recibieron a sus hijos apenas dejada la niñez; a las que cada mes envían billetes, sudor y lágrimas atrapadas hasta el otro lado del mundo en donde alguien más cría a sus hijos y a las que con un niño en cada mano dejan patria, familia y amigos por una vida mejor; a las que buscan sin tregua a sus hijos desaparecidos; a las que libran batallas inmisericordes tras la enfermedad de sus hijos; a las que llenaron sus úteros vacíos con los hijos de otra mujer; a las que añoran al hijo que vive lejos y a las que viven con ellos; a las que perdieron el control y a las que se encapsulan tras una puerta para no perderlo; a las que cambian pañales y a las que aplauden éxitos de sus hijos hechos hombres y mujeres; a las que todavía están y a las que la vida se llevó ya; a todas ustedes, mujeres invencibles, valientes, férreas, incansables, amorosas e irremplazables, a todas ustedes les extiendo mis más profundos respetos. Qué la vida les dé más; más sonrisas, más apretones, más llamadas, más mensajes y más “te quiero, mamá”; qué les devuelva los años consagrados, las figuras esbeltas perdidas, qué les borre las ojeras, las estrías y todas las penas y qué les regale tanto amor como han repartido. ¡Qué la vida les dé más!
¡Feliz día, mamás!