Las Poquianchis; la verdadera historia de las mujeres más aborrecidas de México

Las Poquianchis
Licencia de uso de fotografías por CC BY-SA

 

Mucho se dijo sobre ellas; murieron con la etiqueta de asesinas seriales, de brujas, torturadoras y proxenetas. En torno a estas cuatro mujeres surgió una leyenda de horrores digna de la mejor de las novelas negras, sin embargo, ¿cuánto de lo que se conoce de ellas es realmente verdad y qué tanto de ello es una exageración periodística afanada en vender revistas?

 

A principios de la década de los sesenta, la sociedad mexicana quedó consternada al conocer los crímenes abominables perpetrados por cuatro mujeres; las hermanas González Valenzuela, María de Jesús, María del Carmen, María Luisa y Delfina. Tras su captura en 1964, tres de ellas fueron acusadas de homicidio, lenocinio, tráfico de personas, crimen organizado, inhumación ilegal de restos humanos, aborto, corrupción de menores, privación ilegal de la libertad y soborno. Posteriormente fueron sentenciadas a cuarenta años en prisión, siendo ésta la pena máxima en el estado de su detención. La prensa, especialmente la amarillista, detonó reportaje tras reportaje conforme avanzaba el proceso legal en contra de las tres mujeres hasta que la opinión publica las convirtió en un mito plagado de ritos satánicos y aberraciones.

 

En 1992 la periodista Elisa Robledo se da a la tarea de conocer la verdad sobre estas mujeres, dedicándole varios meses a un trabajo periodístico muy minucioso sobre el caso. En varias ocasiones, la periodista se reunió con María de Jesús González Valenzuela, presa en el penal de Celaya, para recopilar la versión cruda y de primerísima mano de una de las involucradas. También apoyó su trabajo de investigación en el abogado penalista Samuel Cruz quien, en aquel entonces, tenía a su cargo la situación legal de Las Poquianchis. Con base en sus indagaciones publicó el trabajo periodístico bajo el título “Yo, la Poquianchis: Por Dios que así fue.” Con este libro se ponen al descubierto una serie de irregularidades, engrandecimiento de verdades y omisiones en el trabajo policiaco realizado para el caso de Las Poquianchis.

 

Los cuatro perfiles de la perversión

Las hermanas González Valenzuela nacieron y crecieron en El Salto, en el estado de Jalisco. Durante la infancia y juventud vivieron una situación muy particular de ambivalencia. Por un lado, su madre era una mujer devota y profundamente religiosa y por el otro lado, su padre era un hombre extremadamente violento, que gozaba de cierto poder como juez de acordada y que además abusaba del alcohol. Las cuatro hermanas sufrieron todo tipo de vejaciones; golpizas excesivas, castigos severos, denigraciones e injusticias.

 

A mediados de los años treinta, Delfina, Carmen y María de Jesús consiguieron un trabajo como obreras en una fábrica de hilados y tejidos. El trabajo era arduo y mal pagado, condición que las tres hermanas no toleraron por mucho tiempo. Fue así como buscaron maneras alternativas de ganarse la vida.

 

María del Carmen era la primogénita de las hermanas González Valenzuela y fue también la primera en abrirse paso en el mundo de los tugurios, las cantinas y la prostitución. Siendo aún muy joven, se volvió concubina de un abarrotero cincuentón que la embarazó para después abandonarla a su suerte. Posteriormente conoció a Jesús Vargas, un vividor varios años más grande que ella y a quien apodaban “El Gato”. Enamorada y decidida a procurarse una mejor vida, se fue a vivir con “El Gato” y en conjunto instalaron una cantina de mala muerte en 1938. El negocio fue muy rentable, pero “El Gato” dilapidó las ganancias y propició su quiebra. Con lo que pudo salvaguardar, Carmen montó un estanquillo de vinos y licores. Así comenzó la etapa empresarial de Las Poquianchis.

 

Delfina corrió con una suerte similar. Después de sufrir una golpiza ejemplar a manos de su padre por haberse fugado con un hombre mucho mayor que ella, Delfina decidió independizarse e inspirada en la cantina de su hermana Carmen, se aventuró a abrir su primer burdel. Delfina fue la más astuta y la más cruel de las cuatro hermanas. Para montar su prostíbulo de rancho reclutó, a base de engaños, a jovencitas de entre trece y dieciséis años. Con la promesa de conseguirles trabajo como empleadas domésticas, atrajo a varias muchachitas de las rancherías vecinas. Años después desarrolló una logística macabra para su red de trata de blancas, aunque siempre utilizando el mismo ardid. Pese a que Delfina se rodeó de la protección de policías y autoridades municipales que además eran clientes de su local, el negocio finalmente cerró tras un zafarrancho que terminó en balacera y en la clausura de su establecimiento. Decidió entonces llevarse a sus pupilas a peregrinar por varias ferias estatales hasta donde llevó “Guadalajara de Noche”, nombre con el que bautizó a su burdel. Al concluir las ferias y con dos maletas atiborradas de dinero, se fue a Guanajuato en donde estableció el local de manera más o menos formal. Una vez que el negocio comenzó a operar, mandó llamar a sus hermanas María Luisa y María del Carmen a quienes les encargó la caja registradora y la cocina, respectivamente, mientras ella dirigía el negocio con absoluto autoritarismo. Fue en esa ciudad en donde comenzaron las atrocidades y los actos de corrupción; sobornos e intercambios con las autoridades. Delfina fue muy hábil para mantener a sus pupilas a raya. Las endeudó vendiéndoles enseres de uso cotidiano, productos de aseo personal, ropa, joyas y maquillaje. De esta manera las mantuvo trabajando en calidad de esclavas hasta que la deuda quedara saldada. Fue Delfina quien comenzó con la intimidación, la tortura, el encierro y la privación ilegal de la libertad.

 

En una visita que hace María de Jesús a sus hermanas en Guanajuato, coincide por casualidad con Guadalupe Reynoso, una prostituta que en ese entonces se hacía llamar Laura Larraga. Esta última había montado su propio burdel en la misma ciudad que Delfina, sólo que con mayor prestigio. María de Jesús queda fascinada con el giro elegante del negocio y tiempo después lo adquiere para sí misma. Para poder establecer su prostíbulo, María de Jesús se prostituyó con las autoridades responsables de otorgarle los permisos que ella requería para operar más o menos bajo el marco de la legalidad. Una vez abierto, el negocio prosperó. La casa en donde llevaba a cabo sus actividades era propiedad de un hombre apodado “El Poquianchis” por lo que al local siempre se le conoció con ese nombre, aunque María de Jesús lo hubiese bautizado con el nombre de La Barca de Oro. No pasó mucho tiempo cuando María de Jesús ya era conocida con el sobrenombre de La Poquianchis, apelativo que rápidamente se trasladó a sus tres hermanas.

 

María Luisa era la menor de las hermanas González Valenzuela. Trabajó diez años como cajera en la cantina de Delfina. Durante ese tiempo, se dedicó a ahorrar dinero suficiente que le sirviera para obtener su libertad de la familia. Fue la única de las cuatro que nunca se prostituyó y que, posteriormente, dejó el negocio para instalarse en Veracruz y vivir una vida decorosa.

 

Crímenes abominables

Las hermanas González Valenzuela no fueron autoras materiales de ningún crimen a excepción de la tortura. La inmensa mayoría de los crímenes execrables de los que se les acusó fueron cometidos por matones a sueldo, proxenetas contratados por ellas, cuidadores y guardaespaldas. Todos estos delitos fueron cometidos por hombres, a excepción del lenocinio y la trata de blancas que era actividad propia de las reclutadoras, prostitutas retiradas de los mismos burdeles de Las Poquianchis.

 

En las conversaciones que María de Jesús sostuvo con la periodista Elisa Robledo, detalla la lista de fechorías cometidas por ellas y sus cómplices. Queda muy claro que ellas no practicaban rituales satánicos, ni sacrificaban animales y que todas las barbaridades que cometieron tenían una finalidad en concreto: proteger el negocio. Sin embargo, esta confesión no hizo la calidad de sus trasgresiones menos mala. La realidad es que Las Poquianchis hicieron cosas pavorosas. Sí fue cierto que, a través de las manos de sus empleados, mataron mujeres, que las mantuvieron a pan y agua, que las torturaron, que las obligaron a abortar, que dejaron morir recién nacidos y que en varias ocasiones enterraron mujeres vivas. También es cierto que fueron despiadadas y sádicas.

 

El derrumbe de Las Poquianchis

En 1962 hubo cambio de gobierno en Guanajuato y muchos de los protectores de Las Ponquianchis fueron removidos de sus cargos. Al mismo tiempo, se promulgó una ley que prohibía el establecimiento de casas de citas y que, a su vez, sancionaba severamente el lenocinio. Esto propició la vulnerabilidad del negocio y María de Jesús se vio obligada a cerrar su prostíbulo. Decidió entonces buscar a Delfina quien, para ese entonces, había instalado su burdel “Guadalajara de Noche” en Lagos de Moreno, en el estado de Jalisco. Al poco tiempo, Ramón Torres González, el único hijo de Delfina es asesinado en una pelea de cantina. La muerte de Ramón impacta profundamente a las hermanas González Valenzuela, pero en particular a Delfina quien idolatraba a su hijo. Cuando se entera del asesinato, Delfina sale con un fusil en la mano a buscar al homicida de su hijo. Su frenesí la lleva a desatar una balacera tremenda en la cantina en donde muere Ramón y a raíz de la cual huye de la ciudad para evitar a las autoridades mientras María de Jesús lidiaba con la clausura del local. Posteriormente decide llevarse a las pupilas a escondidas a una propiedad que tenían en San Francisco del Rincón, mientras aguardaban el regreso de Delfina. En aquel lugar espeluznante pasaron seis meses. Allí, muchas de las pupilas murieron de inanición, otras a causa de enfermedades venéreas mal atendidas y otras tantas a causa de la locura o en el intento de escapar. El 12 de enero de 1964, Catalina Ortega, una de las pupilas, logra finalmente huir. Ella fue la primera en denunciar el cautiverio, las torturas y los crímenes que las hermanas González Valenzuela y sus cómplices cometieron.

 

Cuando las autoridades acuden a rescatar al resto de las pupilas y a detener a Las Poquianchis, se encuentran con una situación indescriptible; diecisiete mujeres y tres niños en un estado de desnutrición despiadado, un cementerio clandestino del cual se exhumaron restos humanos de mujeres, fetos y niños y que contabilizó en total noventa y un cadáveres.

 

Mientras redacto esta entrada de blog me preguntó qué hubiera pasado si las circunstancias hubiesen sido distintas; si las hermanas González Valenzuela hubiesen crecido en un hogar de bien, rodeadas de amor y compasión. ¿Qué hubiese pasado si no se hubieran cruzado con los hombres que las utilizaron? ¿Qué hubiese sucedido si hubiesen podido ganarse la vida de una manera menos cruenta? Concluyo que “el hubiera” no existe y que la historia es como es. Las Poquianchis pasaron a la historia como las mujeres más infames de México.

 

 

En 1949 muere María del Carmen abatida por el cáncer.

En 1968 muere Delfina al caerle sobre la cabeza una cubeta con cemento.

En 1984 muere María Luisa a causa de cáncer hepático.

María de Jesús obtuvo su libertad eventualmente y murió en libertad.

La mayoría de las pupilas se establecieron en los Estados Unidos y continuaron en el ámbito de la prostitución.

 

 

 

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