En algún momento de nuestras vidas llegamos a preguntarnos cuál es el origen o el significado de nuestro nombre. El nombre que nuestros padres o tutores nos dieron al nacer es tan personal, para nosotros, como nuestro mismísimo ADN porque es una de las partes esenciales que nos identifican. Nuestro nombre es nuestro distintivo y es natural que en algún punto sintamos curiosidad de saber de dónde proviene o por qué nos llamamos así. Mi papá eligió para mi primer nombre de pila “Karen”. Sé que sus raíces etimológicas descansan en las lenguas anglosajonas y griegas, particularmente en el danés, y que significa pureza. Si uno busca más detalles del nombre, en internet se pueden encontrar un sinfín de datos singulares ligados a este y que, además, resultan interesantísimos para quien busca fragmentos de exclusividad.
¿Por qué surgen los cuestionamientos sobre el origen de nuestro nombre? Normalmente, estas preguntas se manifiestan durante la adolescencia, cuando estamos formando nuestra personalidad y buscamos aquello que nos reasegure que somos individuos únicos. Ese momento para mí llegó en la adolescencia temprana y recuerdo muy bien que a los trece años le hice esa pregunta a mi papá: “¿Por qué me llamo Karen?”. Su respuesta dejó una interrogante abierta que, por azares del destino, treinta años más tarde pude satisfacer. Mi papá me nombro “Karen” en honor a uno de los personajes principales de la novela Éxodo de León Uris publicada en 1958.
No sé por qué tardé tanto tiempo en leerla, pero me decidí a hacerlo apenas hace unas semanas y a estas alturas de mi vida obtuve la respuesta que hace tantos años le hice a mi padre. Karen es un personaje sencillamente extraordinario, pero no sólo ella es digna de admiración, toda la novela, desde la primera página hasta la última, constituye un viaje fascinante desde Europa hasta medio oriente ambientado en las primeras décadas del siglo XX. El tema es nada menos que el nacimiento de Israel como estado. Sólo con leer el título de la novela me sentí atraída a ella. El diccionario define a la palabra Éxodo como la “marcha de un pueblo … para buscar un lugar en donde establecerse”. De más está recalcar que la marcha de este pueblo, el pueblo judío, comenzó hace más de dos mil años y eso posee un valor histórico precioso.
Si bien la novela es bastante parcial, pues tan sólo considera la posición y opinión muy subjetiva de su autor (soldado norteamericano de origen judío-polaco que participó en los combates militares de la Segunda Guerra Mundial), es, sin duda, una verdadera joya. Su alto contenido histórico, sus bellísimos personajes y una narrativa entretenida y carismática hacen de esta novela una lectura imprescindible. León Uris relata, de una manera excepcional, la emigración de los judíos perseguidos de Europa, norte de África y Medio Oriente hasta su arribo a lo que hoy conocemos como Israel. Éxodo narra la travesía del desplazamiento al emplazamiento, desde Rusia, Dinamarca, Polonia, Alemania y Chipre, desde los campos de concentración y guetos europeos, desde los confines del mundo árabe, desde la más violenta de las guerras mundiales, hasta el suelo árido y erosionado de un país que debía ser, pero nadie nunca dejó ser.
A través de esas majestuosas páginas, el autor nos entrega lo más crudo de una realidad histórica innegable al mismo tiempo que describe la valentía, audacia y perseverancia de quienes fundaron una nación entre el fusil y la hoz.
Resulta sumamente emocionante leer esas explicaciones hermosísimas y detalladas que hace León Uris de los Kibutz, de los Sabras, del resurgimiento de un idioma muerto; el hebreo. Ni qué decir de ese retrato escrito del Jerusalén de la colonia británica, de un Tel Aviv tierno y palpitante, del puerto de Jaffa, de Galilea y sus rosas silvestres y de los valles resucitados que a fuerza de sangre y constancia levantaron los judíos contra todo pronóstico.
A pesar de su apego histórico, esta novela es una telaraña de historias conmovedoras que convergen en un punto: Israel. Entre el yermo y la lucha imparable, entre el trabajo arduo y los silbidos de las balas, entre el desprecio y la ignominia se gesta un amor avasallador; el de la gente por su tierra y por sus semejantes, el de los jóvenes supervivientes que se quedaron sin padre ni madre ni hermanos ni nadie, el de los voluntarios y los soldados autodidactas.
Al terminar de leer Éxodo me quedó una sensación extraña. Quizá sea que lo leído fue apabullante e inesperado. Lo que sí me queda claro es que tuve que leer este libro ahora y no en ningún otro tiempo. Ahora puedo digerirlo más fácilmente, degustarlo, disfrutar cada palabra y cada verbo escrito.
Ahora sé por qué mi padre eligió ese nombre para mí, porque la Karen de las páginas de Éxodo es una chica que no se rinde, que sabe lo que quiere, que entrega cuerpo, alma y vida por aquello a lo que ama. Ahora también sé que mi papá no pudo haber elegido un mejor nombre para mí.