Si Matilde Montoya hubiese nacido en el México de 2019 su camino habría sido menos pedregoso y habría hecho uso de sus derechos para elegir libremente su profesión. Con toda seguridad no habría sufrido las vicisitudes que le tocaron sortear y habría contado con la aceptación de la sociedad. Pero Matilde Petra Montoya Lafragua nació en 1859, en un México profundamente patriarcal, en el que las mujeres tenían roles secundarios, codependientes y de servicio. Por eso, su sueño tuvo que ser alcanzado sólo con una determinación imbatible, combatiendo férreamente para defender sus convicciones ante la injusticia y los modelos establecidos hasta lograr convertirse en un ejemplo de vanguardia y una figura de cambio en México.

La inmensa mayoría de las mujeres mexicanas que nacieron a mitad del siglo XIX estaba destinada a servir a sus esposos, a sus hijos y a una sociedad que le exigía compostura, recato, sumisión y obediencia. En su paso célebre por la vida Matilde Montoya rompió con las expectativas y desafió al sistema; renegó de un destino que supo reconocer como ajeno y embistió a la sociedad mexicana con un ímpetu inquebrantable. Así, sorteando obstáculos y ganándose a pulso cada éxito, logró convertirse en la primera mujer mexicana en obtener el título de Médico Cirujano y Obstetra. Escribirlo, decirlo, pensarlo es fácil, empero lo que tuvo que hacer Matilde Montoya para ostentar su título y practicar la medicina fue toda una hazaña. Gracias a su incansable lucha y a los esfuerzos que la llevaron a derrumbar muros que se avistaban imposibles, es que a punta de puñetazos abrió el camino para ella y para todas las demás mujeres que siguieron sus pasos.
Oriunda de la Ciudad de México, Matilde se distinguió por su inteligencia y su interés por el conocimiento; a los cuatro años, gracias a las enseñanzas de su madre, leía con avidez y escribía. Siendo todavía una niña se enfrentó al primer rechazo cuando le negaron un lugar en la escuela primaria, empero eso no la detuvo y continuó su educación en casa de la mano de su madre y de tutores privados. A la muerte de su padre, las condiciones económicas de la familia dieron un giro inesperado y tanto Matilde como su madre se vieron en una situación desesperada por procurarse el sustento. Fue así como a los doce años, alentada por su madre y dado que era demasiado joven para matricularse en la educación superior, decidió formarse como partera en la Escuela Nacional de Medicina. Posteriormente la pobreza la obligó a cambiar de escuela, pero se mantuvo firme en su deseo de estudiar ginecología y obstetricia. Al alcanzar los dieciocho años Matilde ya se desempeñaba como partera con licencia y como auxiliar quirúrgica en Puebla. No sólo sus pacientes, sino también sus pares, notaban la brillante ejecución de todas sus labores, siendo justamente eso, el hecho se haber sabido y podido destacarse, lo que provocó que fuese objeto de una campaña de difamación tremenda que terminó por obligarla a abandonar Puebla para buscar un trabajo en Veracruz. A Matilde la acusaron de ser masona y protestante, calificativos que en ese tiempo la ponían en un gran peligro y que además la sometieron a un rechazo generalizado. Pese a los impedimentos, Matilde continúo aferrándose a su sueño y fue como aplicó para el examen de admisión a la carrera de Medicina en Puebla. Aunque aprobó todos los exámenes y pudo acreditar las materias que le hacían falta, su matrícula le fue negada. A los veinticuatro años Matilde volvió a la Ciudad de México con su madre y decidida a ver su sueño convertido en realidad. Por segunda ocasión solicitó su matriculación en la Escuela Nacional de Medicina y fue aceptada, pero no sin resistencia y complicaciones, ya que la decisión de aceptarla levantó la molestia generalizada de muchos de sus futuros profesores y compañeros quienes no la querían ver en la Facultad de Medicina. Matilde tuvo que hacer caso omiso a los insultos, a la ironía, al desprecio y a la burla durante el tiempo que duraron sus estudios, sin embargo, las palabras mordaces no fueron su único obstáculo, también tuvo que defenderse de los tecnicismos y de las trabas que le imponían para continuar sus estudios, por ejemplo, que la obligaran a revalidar varias materias que tuvo que estudiar, paralelamente, en el Colegio de San Ildefonso. Fue debido a este percance que Matilde se pone en contacto el entonces presidente Porfirio Díaz por primera vez y él actúa en su favor y se convierte en su protector. La segunda vez que el presidente Díaz hubo de intervenir para apoyar a Matilde en la lucha por la realización de su sueño fue al concluir sus estudios, pues querían negarle el derecho a titularse ya que en los estatutos de la Escuela de Medicina no estaban consideradas “las alumnas”, sólo los alumnos como derechohabientes a la inscripción del examen profesional. Matilde desafió a sus opositores acudiendo nuevamente, a través de una carta, al presidente Díaz, en la que le solicitaba su ayuda. Díaz respondió con la emisión de un decreto que le permitía, el 24 de agosto de 1887, titularse siempre y cuando cumpliera con los requisitos de los exámenes teórico y práctico.
Matilde pudo defender su tesis frente a los sinodales más exigentes, contando con la presencia del presidente Díaz y pudo también presentar un examen práctico impecable al día siguiente. Ese año (1887) Matilde Petra Montoya Lafragua fue declarada Médico de Cirugía y Obstetricia, convirtiéndose así en la primera mujer mexicana en lograr ese título.
Matilde dedicó su vida a las mujeres, a la filantropía y al servicio médico, nunca se casó y los cuatro hijos que tuvo fueron adoptados.
Hoy, para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, un minuto de silencio para ti, grande Matilde Montoya. Gracias por trazar el camino que desde ese día tantas mujeres han caminado detrás de ti.
