
Érase una vez, hace cientos de miles de años, un lugar en donde los hombres y las mujeres convivían en igualdad de derechos y obligaciones, coadyuvando en la misma medida al orden, procuración de vivienda, justicia, seguridad y alimentación de sus comunidades.
Si la participación de hombres y mujeres, dentro de los primeros grupos humanos, era exactamente la misma, ¿qué fue lo que sucedió, a lo largo de la historia, para que las mujeres perdiéramos nuestra posición en la sociedad? ¿Cómo pasamos de ser diosas a ser brujas? ¿En qué momento cedimos el control de nuestros destinos para dejarlo en manos de los hombres? Para contestar esta pregunta que, dicho sea de paso, me ha rondado por la cabeza más de una vez, hay que remontarnos a los orígenes del ser humano.
Durante el periodo paleolítico, el más antiguo de la historia humana, las mujeres se dedicaban, al igual que los hombres, a la caza, la pesca y la recolección. El papel de la mujer era activo en todos los ámbitos de la vida cotidiana y tanto el trabajo como las penalidades, las ganancias y las pérdidas eran compartidas equitativamente con los hombres. En esta etapa el objetivo de una colectividad era la supervivencia y cada uno de los miembros ponía su empeño para asegurar la subsistencia del grupo. Quizá por eso las mujeres eran también consideradas como deidades andantes de carne y hueso, poseedoras del misterio de la raíz de la vida y de la fertilidad, siempre asociadas con la naturaleza, con la madre tierra.
Posteriormente, y ya en el periodo neolítico, se suscita uno de los cambios más determinantes en la historia de la humanidad; el hombre se vuelve sedentario, domestica a las plantas y a los animales, comenzando así a tener control sobre la naturaleza; sienta las bases del comercio y desarrolla la alfarería, el tejido y la rueda que constituyen los avances más notorios de la época. Mientras en el paleolítico las comunidades eran equitativas en el reparto y consumo de los bienes, en el neolítico se gesta la acumulación de riqueza a través del almacenamiento de alimentos, la aparición de la agricultura y la administración de rebaños, así como la expansión del dominio territorial. Es en este periodo en el que los hombres comienzan a desasociarse de las mujeres en el afán de consolidar sus posesiones y su legado a través de su linaje. Sin embargo, la participación de la mujer sigue siendo fundamental en las sociedades neolíticas, pues son ellas quienes producen los alimentos, los transforman, observan y estudian a la naturaleza en beneficio de la comunidad, por ejemplo, utilizando plantas con fines curativos, se dedican a la cerámica, al curtido de pieles y al tejido. Es así como las mujeres continúan teniendo funciones importantes tanto en el ámbito laboral como en el científico, médico y creativo, además de ser reproductoras y educadoras. Todavía en esta etapa las mujeres mantienen ese estrecho vínculo con simbolismos de deidad, pues la naturaleza continuaba teniendo un carácter femenino y como ésta era dadora de vida, seguía habiendo devoción hacia las figuras femeniles.
Es aquí, al final de este periodo y durante el inicio de la edad de los metales el momento en el que la división de tareas terminó por arrebatarle a las mujeres sus derechos. ¿Por qué? Porque la participación de la mujer giró en torno al hogar, en donde se ubicaba la tierra, las propiedades, los telares, los molinos, los talleres de alfarería y en donde se criaba a los hijos durante sus primeros años. Tampoco podemos pasar por alto que las mujeres, desde ese entonces y hasta hace apenas algunos decenios, pasaban la mitad de sus vidas embarazadas, amamantando y criando. Entretanto, los hombres se desplazaban para fortalecer el comercio con sus vecinos y se formaban como guerreros para proteger sus tribus y posteriormente sus poblados, adquiriendo así papeles de liderazgo y de toma de decisiones. Adicionalmente, en este periodo nacen las clases sociales, y aunque las mujeres acaudaladas mantuvieron muchos de sus derechos sobre la tierra y la riqueza, la posición de los hombres se volvió imprescindible para el ejercicio de estos.
Lo demás ya es historia, poco a poco las mujeres contemplaron la desaparición de sus libertades y ya con el advenimiento de las religiones abstractas, en primera instancia el judaísmo, las deidades adquirieron un carácter masculino y la mujer se convirtió instantáneamente en el sexo débil, en peligro, tentación, manipulación y finalmente en pecado. El placer sexual se tornó impuro y la sensualidad de la mujer, obscena. Precisamente con base en las creencias de pudor, castidad, obediencia, sumisión y aceptación de roles, es que los hombres controlaron, silenciaron, aislaron, torturaron, sentenciaron y pisotearon a las mujeres durante siglos. Las mujeres que se rebelaron se volvieron putas, brujas, insolentes y murieron sin entender qué fue eso tan grave, tan terrible que pudieron haber hecho al intentar estudiar, conocer, abogar por justicia, por mejores condiciones o por libertad.
No fue hasta bien entrado el siglo XIX, con el auge intelectual de la Revolución Francesa y con la participación laboral femenina en la Revolución Industrial, cuando los roles de la mujer dentro de la sociedad volvieron a tomar importancia y entonces se detonaron los primeros movimientos feministas organizados y colectivos. A partir de entonces las mujeres han librado una batalla tras otra, resultando, a veces, victoriosas y en otras ocasiones perdedoras.
Hoy por hoy las mujeres somos parte fundamental de nuestras sociedades y no existe un sólo ámbito en el que las mujeres no participen o no hayan destacado. Hoy contribuimos a la riqueza, protección, seguridad, desarrollo, innovación, arte, ciencia, tecnología, sustento y reproducción en nuestro planeta en igual medida que los hombres. Hemos vuelto al lugar que ocupábamos hace miles de años y lo justo es que nuestras libertades retornen también a la posición que cedimos, en aras del interés colectivo, hace tantísimos años.
Espero que a las generaciones que vienen les toque vivir tiempos mejores, épocas doradas en las que la mujer retome su valor y el aprecio de sus pares varones. Espero que llegue el día en el que las mujeres sean reconocidas y no vilipendiadas, en el que todas, sin importar raza, religión, condición social o preferencia sexual, sean dignas de respeto y credibilidad. Espero que la era que sigue sea esa en la que los hombres y las mujeres trabajen en igualdad de condiciones, en la misma medida, mano a mano, avanzando hacia un mundo mejor.