Cuando llegamos a vivir a un país que no es el nuestro, es muy común que las primeras impresiones que nos llevemos sean las que nunca podamos olvidar. Como extranjera y más como mexicana, hay muchas cosas que, cada día, me sorprenden de este bellísimo país, pero definitivamente durante mi primer año de residencia fue cuando el choque cultural resultó más evidente y por ende pude distinguir más claramente las diferencias entre una y otra nación. A continuación, detallo los cinco hechos cotidianos que más me asombraron al llegar a este país.
- El tránsito de correo postal.
Cuando vivía en México lo único que recibía por correo postal era el recibo del agua, el de la luz y los estados de cuenta del banco. Muy ocasionalmente llegaba a mi buzón alguna invitación, sobres con determinada información legal y / o alguna notificación vecinal o metropolitana. En Alemania el correo postal es exageradamente activo, no sólo se utiliza desmesuradamente para temas públicos y empresariales, también es bastante socorrido para cuestiones personales. Cada semana se apilan cientos de sobres que contienen información, estados de cuenta, cupones, publicidad, revistas y boletines gratuitos, invitaciones a eventos públicos y un sinnúmero de cartas, postales, notificaciones de nacimientos, bautizos, felicitaciones por el día del padre, de la madre, del padrino, invitaciones a fiestas y reuniones, y recordatorios de carácter personal. Por eso no es de extrañar que el registro de la vivienda en Alemania sea una cosa seria pues es muy importante constatar que el correo llegue a su destinatario. Tampoco es inusual que las personas compren, con relativa frecuencia, sobres, papelería y timbres postales para tenerlos en casa y a la mano en todo momento y que además haya buzones de correo por toda la ciudad. Ya si uno ha decidido ser muy alemán, se puede mandar a imprimir un rollo de etiquetas, muy monas, con letra tipografiada que lleven el nombre y dirección. Mi suegra me regaló uno de esos rollos hace un tiempo y hasta la fecha he usado sólo tres etiquetas. Después de ocho años de vivir en Hamburgo aún no he sido capaz de acoplarme del todo a este ir y venir de correspondencia y siempre me pregunto por qué no usan los vastos medios electrónicos y de paso se ahorran papel, tinta, timbres y gastos asociados. Siempre que he lanzado la pregunta a algún grupo de alemanes, la respuesta vuelve a mí transformada en caras de estupor y frases que dejan muy claro que el correo aquí es sagrado.

- ¿Hiciste alguna compra en línea y no estás en casa? No pasa nada, tu vecino recibirá tu paquete.
Sí, así como lo leen. En Alemania, los distribuidores de mensajería dejan los paquetes con cualquier vecino que abra la puerta. En México esta práctica sería impensable, especialmente si no tienes relación alguna con el vecino o si ésta es tan mala que evitan cruzarse por las áreas comunes del edificio, pero aquí en Alemania la animadversión no es motivo suficiente para rechazar un paquete. Al principio, esta costumbre tan arraigada me parecía insólita, pero ahora ya la veo hasta cómoda y práctica. Hay todo tipo de vecinos; el que te manda un mensaje por WhatsApp con foto cuando ha recibido un paquete tuyo, el que no te dice nada porque es tu responsabilidad revisar tu buzón en busca de la tarjeta que notifica que han dejado un paquete con el vecino, el que te deja el paquete en la puerta de tu departamento, el que te lo guarda celosamente en su casa hasta que tú pases por él, y el que lo deja fuera de la puerta de su casa a la espera de que tú pases por él. Yo soy de las primeras, si me llevo muy bien con mi vecino, de inmediato le mando un mensaje con foto, siempre conservo los paquetes dentro de mi casa, por precaución, no me queda muy claro quién es responsable en caso de que un paquete se pierda, y solamente los he dejado en la entrada del vecino cuando, por expresa solicitud, se me ha pedido que lo haga, en cuyo caso siempre me deslindo de toda responsabilidad en caso de extravío. Me agrada tener este tipo de detalles con mis vecinos, aunque sí hay que reconocer que, en más de una ocasión, el pasillo de entrada de mi departamento se ha asemejado a una estación de DHL.
- Los alemanes son supersticiosos.
Cuando llegué a Alemania me sorprendió la tecnología, el orden, la ciencia aplicada y la mentalidad vanguardista, pero un tiempo después me di cuenta de que los alemanes son tan amantes del conocimiento comprobado como lo son de la más rancia de las supersticiones. Es así como me topé con las siguientes creencias:
- El que brinda y no mira fi-ja-men-te a los ojos, tendrá siete años de mala suerte o mal sexo. En cuanto al castigo, aún no se han puesto muy bien de acuerdo.
- Los cerdos son de buena suerte. Siempre habrá alguien que en algún momento de tu vida te regale un puerquito rosado y curioso que lleva forma de servilleta, llavero, alcancía, monedero, adorno de cerámica, fotografía, postal, y una larga lista de etcéteras.
- Nunca de los nuncas se celebra el cumpleaños antes de la fecha de nacimiento, pero, sobre todo, jamás se te ocurra cantar feliz cumpleaños, llevar pastel o intentar soplar velitas previo al día exacto del aniversario o verás correr despavoridos a más de un alemán. Nadie me ha podido decir qué pasa si lo haces, pero todos han respondido “¿por qué alguien haría una cosa así? Eso trae mala suerte”.
- Sándwich de pescado para desayunar.
Los alemanes son, en general, muy respetuosos del espacio colectivo; el silencio es sagrado, las formas, la etiqueta pública, la cortesía y la disciplina son muy importantes y por eso refunfuñan las señoras mayorcitas en el metro cuando algún adolescente descabellado sube los pies a los asientos o habla demasiado alto por su celular. Sin embargo, si se trata del desayuno, a las ocho de la mañana, en pleno invierno, cuando el olor humano, en el transporte colectivo, queda encapsulado como una mezcla asquerosa de vapor, sudor, almohada, aliento a flúor, perfume y desodorante, resulta completamente aceptable llevar tu torta de pescado empanizado frito e írtela comiendo, por qué no, apretujado entre el codo de uno y el sobaco del otro. Debido al famosísimo Fischbrötchen (pan de pescado) es que desde hace muchos años dejé de viajar en metro y autobús en horas pico. ¿Qué necesidad hay de estar arqueando durante todo un trayecto? Si he de tener citas por la mañana, deberán ser después de las nueve de la mañana.

- En Alemania la curiosidad no mató al gato.
Los alemanes son tan curiosos que posiblemente rayan en la indiscreción. Mi abuela les llamaría fisgones, pero después de varios años viviendo aquí yo he comprendido que no son metiches, son auténticamente observadores y muy preguntones. Recuerdo bien haberme sentido incomodísima en algún viaje en autobús o por las calles cuando la gente me veía con desenfado e incluso se atrevían a sostenerme la mirada cuando yo les lanzaba la más penetrante de las miradas. Si en aquel entonces hubiera podido hablar bien alemán, seguramente les habría gritado mi más mexicana versión del “¿soy o me parezco?”. Afortunadamente, con el tiempo, llegué a aceptar no sólo las ojeadas sino también las mil y una preguntas de las que fui objeto al principio. La realidad es que la observación es una cosa muy natural, los niños lo hacen todo el tiempo hasta que los papás, a punta de pellizcos, nos enseñan que contemplar a una persona es de mal gusto y que se debe ser discreto al observar a los otros. Yo creo que nunca me podré acostumbrar del todo a esta manía de sentirme acechada por ojos desconocidos y aunque sé que no hay mala intención detrás, me sigue resultando espeluznante.
Hay muchos otros datos curiosos de la vida diaria en Alemania y sin duda es una nación que bien vale la pena descubrirse. Detrás de cada costumbre, hábito y usanza, hay una parte de historia, cultura, clima y tradición del pueblo germano. Quizá un día de estos me anime a ahondar en cada una de ellas y así les pueda desvelar con mayor detalle el porqué de semejantes prácticas. Por el momento, los dejo con lo aprendido durante el primer año de estancia en Hamburgo.