El fin de semana pasado se juntaron tres cosas importantes; el día del padre, el día de la madre y mi aniversario de bodas. Así que mi marido y yo decidimos agasajarnos con un fin de semana de 4 días en la costa noroeste de Alemania. Ahí es en donde se encuentra Sankt Peter Ording.
Como mexicana que soy, mi conceptualización de playa implicaba, hasta antes de mudarme a Alemania, bañador, bloqueador solar, gafas, toalla amplia y comidas frente al mar. Ahora que vivo de este lado del mundo, cuando vamos a la playa, en muy pocas ocasiones tengo oportunidad de enfundarme en un traje de baño, es raro que me tire a tomar el sol y normalmente siempre cargo con un rompevientos y es que las playas del mar del norte son frías y lluviosas, y el viento sopla sin perdón. Sin embargo, también son bellísimas, y por alguna extraña razón, a mí el mar del norte siempre me baña, un poco, de melancolía, porque de agua, ¡jamás!, no me atrevería a meter ni un dedo. ¡El mar es helado!
Dado que uno no se puede tirar a la ociosidad y a la comedera y bebedera descontrolada, hay la oportunidad de adentrarse en la historia de la costa norte alemana, en sus dunas gigantes que se mueven con los días y las mareadas, en sus faros monumentales, en las deliciosas caminatas por las granjas de animales y de cultivo, y por supuesto, se da también la coyuntura para practicar deportes rarísimos, de los cuales yo nunca había escuchado hablar. Por ejemplo, carreras de karts impulsadas por energía eólica. Cada participante se sube a un buggie o go-kart y conduce con los pies mientras con las manos sujeta un papalote o cometa gigante que es el motor de sus ruedas. En fin, ahí los ves el día entero dando vueltas en las dunas revueltas, dejándose arrastrar por el viento.
Sankt Peter Ording es muy poco conocido en el mundo, sus visitantes llegan de Dinamarca, de Holanda y del norte de Alemania principalmente, y es una pena, porque es un lugar encantador, de gente amable y muy servicial, de comida deliciosa y de muchas actividades para todas las edades.
La suerte de Sankt Peter Ording estaba echada desde el inicio; sería un destino turístico y nada más. Aunque los primeros asentamientos humanos se originaron por allá del año 1373 y la evidencia arqueológica apunta a emplazamientos importantes de comunidades vikingas, la constante pérdida de arena hizo imposible establecer un puerto abierto a la navegación comercial. La pesca y la agricultura tampoco pudieron establecerse del todo debido a las altas mareas, las inundaciones que de estas se derivaban y a la salinidad de la tierra. En la zona, la pleamar rebasa las tierras y se lleva con ella, por igual, cultivos y porciones importantes de arena. Es así que St. Peter Ording ha regalado más territorio del que hubiera querido al mar del norte. En 1867 St. Peter Ording deja de pertenecer a Dinamarca para sumarse al territorio de Prusia, y es en esta sazón que finalmente vio cumplido su deseo de prosperidad. Una década después, en 1877 se abre el primer hotel en la zona y para entonces Sankt Peter Ording ya era un punto de atracción turística importante.
Dato curioso, a pesar de que la ciudad lleva sus centenarios a cuestas, su iglesia fue erigida hasta 1724 pues las mareas altas y sus consecuentes desplazamientos de dunas, obligaban a los creyentes cristianos a cavar su camino a la iglesia para poder asistir a los sermones religiosos. Durante siglos aguantaron estoicos la misión, incluso moviéndola de lugar dos veces, para finalmente posicionarla, en 1724, en el lugar que ocupa en la actualidad.
Atrévanse a darse una vuelta por estos lares y recuerden traer pañuelo, rompevientos y zapatos deportivos para caminar.